En épocas de oscuridad, como la nuestra, tenemos todo el derecho a conservar la poca luz que nos sobra. Cada vez que voy al Seminario y me encuentro con sus estudiantes, sean casi niños o ya mayores, me viene esta reflexión: ahí está la savia que salva.
Recuerdo muy bien que en las visitas de los obispos a Benedicto XVI, él siempre les preguntaba por la situación que guardaban sus seminarios. Continuar leyendo
Con san Juan Pablo II, la canonización de Madre Teresa de Calcuta representa uno de los acontecimientos mayores en la vida de la Iglesia católica. Y del siglo.
Hace 15 años, en pleno Jubileo del año 2000, San Juan Pablo II canonizó a 25 mártires mexicanos de la guerra cristera. Entonces la crítica jacobina de siempre tomó esta acción que reivindicaba la lucha del pueblo fiel de México por su libertad religiosa como si fuera una intromisión en las elecciones del siguiente 2 de julio. Con esa deriva –que muchos se tragaron—se le quitó la riqueza monumental al acto de valentía de uno de los papas más valientes que la historia ha contemplado. La riqueza no sólo para la Iglesia católica, sino para el pueblo de México.
Falleció el 2 de abril de 2005 a las 21:37 (la noche previa al Domingo de la Divina Misericordia, festividad que él mismo había propuesto). El llanto universal “creció en diluvio”. Dejaba en la orfandad espiritual a millones de seres humanos. Católicos o no. Fue magno en su vida y en su muerte.
La visita a Cuba de san Juan Pablo II, entre el 21 y el 25 de enero de 1998, marcó el inicio de la apertura de Cuba al mundo… y a la Iglesia católica. En aquel entonces, ante un todavía activo y en el poder Fidel Castro, san Juan Pablo II pronunció la frase decisiva: “Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”.
Apunté una frase del libro Ser cristiano, ¡esa osadía! (Verbo Divino, Estella, 1960), del padre Carl Bliekast que, en su momento, me pareció muy interesante y hoy me parece maravillosa: “Muchos tienen el valor de entregarse a algo, pero ¿quién tiene el (valor) de perderse en algo? A Dios no puede uno entregarse. En Dios es necesario perderse”.
Brasil y México –los dos países con el mayor número de católicos del mundo—encabezan la lista de la desigualdad en el ingreso, y por tanto, la lista de los países más injustos del planeta. De hecho, nuestra América Latina es la porción del mundo más desigual de todas.
Iba a ocupar este “Pórtico” con un comentario sobre el hambre en México, pues el número de El Observador va dirigido a tentar –de lleno—este tema escabroso, dolorosísimo y desconocido. Pero me topé con la pregunta que una conocida periodista está haciéndole al público: “¿Tras el reconocimiento de los Legionarios de Cristo de la conducta de su fundador, vale la pena seguir adelante en la canonización de Juan Pablo II?”
Jesús Colina es uno de los periodistas católicos más reconocidos en la actualidad. Su trayectoria, primero como fundador y director general de Zenit y ahora como presidente de Aleteia ha sido fundamental para la profesionalización del sector y semillero de iniciativas en Europa y América Latina en esta área –la comunicación y el periodismo desde una perspectiva católica—que antes de él poco se vislumbraban como posibles.
Muchos analistas han insistido en estas últimas semanas sobre la similitud que existe entre Juan XXIII, Angelo Giuseppe Roncalli, y Francisco, Jorge Mario Bergoglio. El uno de Bérgamo, el otro de Buenos Aires, no podrían ser más alejados y, sin embargo…, tan parecidos. Se cumplen 50 años del fallecimiento de Juan XXIII (3 de junio de 1963). Con pocos días de Francisco, ya hay elementos para establecer líneas de comparación entre ambos. Y de esperanza.