La sangre de los mártires

martiresmexicanosHace 15 años, en pleno Jubileo del año 2000, San Juan Pablo II canonizó a 25 mártires mexicanos de la guerra cristera. Entonces la crítica jacobina de siempre tomó esta acción que reivindicaba la lucha del pueblo fiel de México por su libertad religiosa como si fuera una intromisión en las elecciones del siguiente 2 de julio. Con esa deriva –que muchos se tragaron—se le quitó la riqueza monumental al acto de valentía de uno de los papas más valientes que la historia ha contemplado. La riqueza no sólo para la Iglesia católica, sino para el pueblo de México.

La sangre de los mártires apenas si va penetrando en nuestro corazón cristiano y mexicano; apenas si ha tocado, de forma tangencial, nuestra identidad. No nos hemos reconciliado; seguimos pensando en un país escindido, roto –como diría Octavio Paz—en tres partes: la indígena, la novohispana (católica) y la liberal-republicana-laicista. Si no encontramos el camino de la reconciliación, seguiremos peleando. Y el diablo estará feliz.

¿La sangre de los mártires clama por venganza? Bajo ningún concepto. Ninguno de ellos tomó las armas. Ninguno mató a algún “enemigo”. Dieron su vida frente al odio del régimen de Calles, para que Calles dejara de odiar. Para que los mexicanos dejaran de odiarse. Para que no hubiera más sangre entre hermanos y cada uno pudiera rendirle culto a Cristo Rey, venerar a Santa María de Guadalupe…, o no hacerlo. Pero en paz.

He batido los libros –buenos, malos, regulares—que he encontrado sobre la guerra llamada cristera. Estoy con Jean Meyer: se trata de una epopeya del pueblo fiel, una gesta heroica como “La Ilíada” de los griegos. Por eso fue “La Cristiada”. Un canto a la esperanza que apenas si hemos escuchado.

Publicado en El Observador de la Actualidad