Los sucesos de Charlottesville, Virginia, originados por un choque entre supremacistas y pacifistas —en donde murieron tres personas y que han vuelto a hacer sonar los timbres de alarma sobre el racismo estadounidense— trajeron consigo una extraña batalla en la red social de Twitter: la del presidente “Tweeter” Trump frente al ex presidente Obama.
Mientras que Trump, condenó con un tweet la violencia “culpa de ambas partes” —lo que le atrajo una gran ola de protestas de todo el espectro político de su país, incluyendo a políticos republicanos, por su distancia e indiferencia frente al racismo— Obama rompía un récord de Twitter, con una cita de Nelson Mandela, convirtiéndose en el tweet más popular de todos los tiempos. Continuar leyendo
Una encuesta llevada a cabo a lo largo de la primavera de 2017 por el Pew Research Center (PRC) en 38 países de los cinco continentes arrojó como resultado global que el autodenominado Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS, por sus siglas en inglés) y el cambio climático son las dos más graves amenazas a la seguridad en el mundo.
A 100 días de haber iniciado su tumultuoso mandato, el presidente Donald Trump puede ser identificado no tanto por sus amigos —que son muy pocos— o por sus aciertos, sino por sus enemigos: dos de ellos, muy claros: México y la prensa.
En efecto, tanto en las dictaduras de izquierda como de derecha —si es que se puede hacer distinción a estas alturas— la primera fase del control de la gente es el control de la libertad de expresión, levantándola en contra de los medios críticos. No se trata de minimizar el papel de la prensa, sino de coptarla, zaherirla, cortarle (desde el poder) la misión para la que existe: mostrar los intersticios por donde se cuela el sentido de la existencia en sociedad y la vida buena.
“Pasa un día y pasa otro y no salimos del espasmo de confirmar el peligro que para el mundo entero significa Donald Trump esté en la presidencia de Estados Unidos”. Así comienza su reflexión de esta semana Ramón Alberto Garza, fundador y actual director de Reporte Índigo.
Desde que Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos (apenas el 20 de enero pasado) se escucha muy a menudo en boca de los políticos, los empresarios, de nosotros los periodistas, el llamado, casi la exigencia, a los mexicanos para estar unidos.
Donald Trump era, en campaña, un niño de 70 años. Ahora es el hombre más poderoso del mundo. Pero sigue actuando como un niño. Sigue en campaña. O en el estudio de TV. Y lo que es peor, como un niño caprichoso, de esos que por haberlo tenido todo se creen inteligentes, listos, vivos y hasta seductores.
Que un ciudadano tan limitado como el nuevo presidente de Estados Unidos tenga en vilo a México es señal de un desastre moral que no se construyó antier, sino que viene de hace un siglo, cuando en la Constitución se instituyó el dogma laicista: “Dios, si existe, no importa”.
Tal vez 2016 sea recordado, en los medios de comunicación, como el año de las paradojas. Lo que se anunciaba que se iba cumplir, no se cumplió. Y lo que se anunciaba como imposible, se volvió posible. La realidad, la tozuda realidad, se ha impuesto, finalmente, a las predicciones y propuestas de los grandes medios y de los gobiernos.