Desde que Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos (apenas el 20 de enero pasado) se escucha muy a menudo en boca de los políticos, los empresarios, de nosotros los periodistas, el llamado, casi la exigencia, a los mexicanos para estar unidos.
Todos estamos de acuerdo que enfrentar una amenaza real como la que se cierne sobre México requiere unidad. Lo que no alcanzamos a entender –ni a definir—es el motivo sobre el cual ha de fincarse ese movimiento que, por cierto, nunca se ha dado en la historia moderna de nuestro país.
Porque cada vez que se ha llamado a la unidad, la desilusión popular posterior mostró que había algunos que la querían como pantalla, como cortina de humo o, peor aún, como objetivo electoral simple y llano. En otras palabras: se trataba de un llamado al sacrificio ciudadano para que dos o tres se llevarán “el gato al agua”.
Insistimos e insistiremos que, en México, solamente la Iglesia católica está habilitada para hacer este llamado. Es la única institución creíble y que puede transformar la unidad en unión a un objetivo específico: reconciliarnos entre nosotros mismos para construir una Patria común, una Patria de corazón grande.
¿Está la Iglesia mexicana en condiciones de liderar la campaña que podría sacar de esta crisis una serie de virtudes ciudadanas primarias como son el perdón, el respeto al otro, la solidaridad, el dar la mano como sentido cristiano de la existencia? Nosotros creemos, firmemente, que sí.
Por lo pronto, en El Observador estamos dando los pasos para que la verdad del papel civilizador de la Iglesia católica se escuche en el foro público. Y lo estamos haciendo de una manera periodística: mostrando lo que la Iglesia ha hecho y sigue haciendo por los mexicanos. En los dos números anteriores hablamos del papel de la Iglesia en el mundo de la salud y con los hermanos migrantes.
En éste número exploramos lo que hace por la salud del alma. Más adelante tocaremos temas sobre deporte, arte, justicia, derechos humanos… Una serie de trabajos periodísticos para animarnos a asumir no el control político ni nada que se le parezca, sino el rescate del olvidado asombro de ser mexicanos, católicos y orgullosos de que sea en nuestra tierra en la que la Madre de Dios haya hecho lo que no hizo con ninguna otra nación: quedarse a cuidarnos… y a ofrecernos un camino en el que cabemos todos, a condición de reconstruir la paz mediante el perdón.
Publicado en El Observador de la actualidad No. 1129