Desde hace tiempo los economistas como el estadounidense Ryan Avent (1979), autor de La riqueza de los humanos, están proponiendo el concepto de renta básica universal. Esto quiere decir, más o menos, que la riqueza producida por una comunidad debe ser repartida entre todos sus miembros.
Cada ser humano, por el hecho de haber nacido, tendría derecho a un sueldo básico. ¿Sin trabajar? De eso se trata el concepto novedoso de la renta básica. Desde luego, el que trabaja, puede tener más bienes. Pero su límite es la necesidad de los demás. “Todo el mundo merece una porción de los beneficios”, piensa Avent. Sobre todo en la sociedad tecnológica, en la que millones de personas ya no tendrán fuentes de trabajo: serán ocupadas por máquinas.
La economía colaborativa –el trabajo, la cooperación, la solidaridad y el apoyo mutuo en proyectos de pequeña escala– es el modelo. No la tendencia del capital a acumularse en pocas manos. El gobierno tendrá la función de repartir los excedentes (no de quedárselos).
Ni utopía ni marxismo. Es mero cristianismo. La Doctrina Social de la Iglesia recalca: el dinero tiene una hipoteca social. Y, como los primeros cristianos, la sociedad debe equilibrar la distribución de su producto económico. Que a los que tienen nada les sobre y a los que no tienen, nada les falte. ¿Imposible? Hay cientos de ejemplos de que esto es posible. Hay que intentarlo. Y amar al otro.
Publicado en El Observador de la actualidad No. 1141