El siervo

futuropapaHoras decisivas para la Iglesia.  No porque se la juegue todo a una carta humana, sino porque debe responderle a Cristo en la elección de su nuevo Vicario.  Quizá al momento que lea estas líneas, el nombre será conocido.  Hemos puesto demasiada atención en la persona, y muy poca en la función.  Sea quien sea el nuevo Papa, tendrá que cumplir la tarea que le asignaron los padres conciliares en la Lumen Gentium: la de ser «principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles».

El sucesor de Pedro ha sido dotado con el poder de las llaves del Reino y ha recibido, por el mismo Jesucristo, el gravísimo encargo de apacentar a las ovejas de un rebaño a menudo levantisco y pendenciero; egoísta y pagado de sí mismo.  Y, justamente por ser el apacentador del rebaño, es «el siervo de los siervos de Dios»; aquél que, para ser el primero, debe situarse al último; aquél que es el último porque es el primero.  La «locura de la Cruz» se refleja en esta forma del papado, tan alejada de las dignidades políticas o económicas de nuestra sociedad.

Muchas tareas le esperan, una vez que salga de la «sala de las lágrimas», se revista de blanco y salude al gentío en San Pedro: ser el avezado centinela de la paz entre las naciones; defender contra toda agresión los derechos fundamentales de la persona; comunicar la fe mediante el pregón incesante del Evangelio; ser maestro de la Verdad y, desde luego, promover el diálogo interreligioso. En resumidas cuentas, el Papa tiene un triple servicio en su agenda de pendientes por cumplir, para cumplirle a Jesús: servir, defender y definir la Verdad; servir a la santificación de las almas a través de los sacramentos y servir al gobierno de la Iglesia como principal remero de una barca cuyo timón lo sobrepasa.  Cuyo timón es el Señor.

Horas decisivas.  No tanto por la persona, sino por el siempre presente dilema humano de escuchar las necesidades de Dios en medio del ruido de las necesidades del hombre.  Por eso el Papa es un «pontífice»: porque tiende «puentes» entre lo humano y lo divino.  Nada más por eso.

Publicado en El Observador de la Actualidad