En el Sínodo Extraordinario sobre la Familia se han discutido muchas cuestiones. Son –por decirlo así—rounds de sombra, es decir, diagnósticos finos y precisos sobre problemas que enfrentamos como familias en nuestro mundo. Pero solamente son diagnósticos. Nadie espere de éste encuentro de los obispos con el obispo de Roma definiciones y estrategias. Habrá que esperar al próximo mes de octubre de 2015.
Pero hay que destacar algo: la impronta del Papa Francisco. Su “efecto” en las exposiciones sinodales es patente. El cardenal Tagle, de Filipinas, dijo con claridad que los pastores tienen la obligación de escuchar a los laicos en su problemática real y no, como por desgracia ha sucedido en muchos encuentros y procesos eclesiásticos, que son los laicos escuchando a los pastores. Vamos por dos carriles que rara vez se tocan entre sí.
Y el cardenal Erdó. Bien, muy bien. Dijo que la crisis familiar comienza en la soledad y termina en la economía. Dentro del matrimonio, la gente se siente luchando contra el mundo. No alcanza, no hay trabajo, todos tienen que cooperar, no hay hijos. En Italia dicen que cuando la necesidad entra por la puerta el amor salta por la ventana. No es exacto, pero en muchos casos –demasiados divorcios hay en México, en el mundo—sí que lo es. Y miren que no se resuelve el asunto citando la carta a los Corintios. Es el fondo cristiano. Pero lo cristiano apenas ha permeado lo mundano.
He ahí el gran reto de la Iglesia: ser luz del mundo. Iluminar lo humano, lo cotidiano. Y, con misericordia y realismo, entender que si no hay un soporte real (económico, social) para la familia, la familia puede tronar. Está tronando. El Papa lo sabe. Basta verlo en el Sínodo.
Publicado en El Observador de la Actualidad