Compromiso

television-control-remotoLa caída del Grupo Radio Centro, encabezado por Pancho Aguirre, de la puesta en marcha de uno de las dos nuevas cadenas de televisión abierta, ha generado mil rumores sobre un tema que emocionó a algunos incautos: que el aumento de la oferta televisiva sería sinónimo de competencia, calidad y servicio al usuario. En otras palabras, un proyecto que fortalecería cultura, diversión, valores…

Pues no: se trata de otro asunto más prosaico, de dinero, beneficio, control y una buena dosis de embrutecimiento masivo. No veo, por ningún lado, en el proceso de apertura de la televisión mexicana —pido disculpas por mi pesimismo— un atisbo de compromiso de los nuevos canales (sea de quien sea la cadena que echó abajo la “ilusión” de los Aguirre su mala asesoría financiera) con la gente real de este país real (que se hunde) llamado México.

Releo las conversaciones de Stéphane Hessel con Gilles Vanderpooten, intituladas “¡Comprometeos!” (Destino, 2011), y subrayo unas palabras de Hessel: “En el fondo, para mí el problema esencial entre una generación vieja y una generación joven, radica en luchar contra la desesperanza. Y entre los riesgos que corre el planeta, está la desesperanza”. Me pregunto: ¿qué puede pasar —en términos de esperanza— si la generación vieja —Televisa y TV Azteca— repite, en la generación joven —Vázquez Raña y los que sustituyan a Aguirre— los mismos esquemas de explotación comercial de la “gran familia mexicana”? ¿Serán suficientes Internet, las redes sociales, la nube, para desbancar el imperio de las conciencias dormidas en que se ha convertido nuestra tele? ¿Se podrá refundar la esperanza?

Hessel, un hombre muy mayor, tiene una fe ciega en las nuevas generaciones. Ellos, dice, tienen mejores herramientas para desmontar la pasividad en la que nos desenvolvimos los que ya pasamos el ecuador de la vida. Indudablemente. Pero en el esquema de concesiones activo en México, el compromiso con lo real, con la esperanza próxima, con la acción que transforma las “cosas chiquitas” (Galeano), no sólo no aparece en la estructura de la televisión; es que ni siquiera se vislumbra en el horizonte (o cuando menos, mi miopía me hace imposible vislumbrarlo).

Radio Centro se cayó no porque su oferta cultural, educativa, axiológica fuera mala, deschavetada, dislocada, perversa…; no, se cayó de la mesa simplemente porque el que los iba a apoyar con dólares prefirió no hacerlo. Es la triste realidad de una televisión sin compromiso con el público. Una televisión comprada por el interés de fuerza mayor: el interés del poder.

Publicado en Revista Siempre!