Las elecciones “intermedias” están tocando la puerta. El 7 de junio se renovará la totalidad de los 500 diputados, 9 gubernaturas, 641 diputaciones en 17 entidades, 993 alcaldías en 16 estados y las 16 jefaturas delegaciones en el Distrito Federal.
Un aluvión de anuncios –pagados con dinero público que los ciudadanos damos a los partidos políticos—nos persigue por la radio, la televisión, los periódicos y todos los modos imaginables de persuadir a la gente para que vote por el candidato o el partido que sí sabe, que sí puede, que está a su lado, que es honesto, que se la juega por cada uno de nosotros… Todos esos rostros sonrientes nos quieren devolver la confianza en la política y en los políticos. Todas esas caras mejoradas por el “fotochop”, nos quieren convencer de que votemos y que lo hagamos por ellas. Por el puro hecho de ser caras sonrientes, rostros despreocupados, promesas, ilusiones de un futuro mejor (que, normalmente, se oscurece rete rápido).
Por primera vez –lo confieso abiertamente—me cuestiono (y otras personas de mi absoluto respeto se lo preguntan también) si salir a votar, si quedarme en casa, si anular mi voto, si votar por Cantinflas o por María Félix… Mi convicción me hacía ni siquiera dudar: el voto es la herramienta fundamental de la democracia. Y la democracia –por el control ciudadano—es el modo político protegido por la Doctrina Social Cristiana…
Pero después de lo de Guerrero, lo de Michoacán, lo de… (Ponga el nombre que quiera), ya no estoy tan seguro del camino de las urnas. Tenemos un arma secreta: la oración. Y otra más: la información. Oremos por esas caras sonrientes, y no nos dejemos atraer por la blancura de sus dientes: están “fotochopeados”.
Publicado en El Observador de la Actualidad