Sí, sí es posible

La polarización en México no solamente es entre partidos; es la horrible distancia entre quienes se creen “buenos” y “puros” contra sus enemigos, los “malos” y los “impuros”.

En este momento, cuando iniciamos la cuenta regresiva del voto en las elecciones del 1 de julio, ¿los católicos tenemos algo qué decir?  No para “inclinar” la balanza hacia uno u otro candidato, sino hacia la democracia y el régimen de libertad y respeto a la dignidad de toda persona humana que hemos de construir, salga quien salga…, ¿los católicos mexicanos tenemos un “as bajo la manga”?

Sí, lo tenemos.  No es un “as” mafioso ni partidista.  Es el “as” del amor incluyente que Jesucristo nos legó –como herencia y responsabilidad—en Guadalupe.

Los que hemos estudiado los primeros años de la conformación de la nación mexicana (modestamente me incluyo) sabemos muy bien que el “milagro”, además de la tilma de Juan Diego, fue el de la unión entre naturales y conquistadores.

Unión que jamás quedó en uniformidad, sino se dio a manera de comprensión.  Modestamente, humildemente, aceptando unos a otros las exigencias del respeto al prójimo, al enemigo, al de otra cultura, otra raza, otra cosmovisión religiosa.  Ni todos entendieron ni todos se alegraron.  No hay unión sin diferencia.

Hoy “deciden” las encuestas, los antagonismos, los odios, los escándalos…  Nadie nos llama a la unión.  Y acudiremos a las urnas enojados.  El desastre está asegurado.  Pero los católicos tenemos una tarea.  Sin angustia, como le dijo Guadalupe a Juan Diego, construir el bien posible.  Aunque sea modesto.  Más bien, porque es modesto, humilde, será semilla de la nación que demandan nuestros hijos.  Solo el amor salva.  A los hombres y a las naciones.  Jamás el odio ha construido democracia, libertad.  Ha construido infiernos.