El mismo día que el mundo elevaba una oración por la civilización del amor, Estados Unidos mataba a Osama Bin Laden y a algunos de sus allegados. Juan Pablo II, quien fue el que evitó, en su momento, el choque de civilizaciones, lo dijo desde el balcón de su departamento durante un Angelus dominical: la guerra no resuelve nada, el crimen solamente satisface los deseos de venganza. Pero no arregla las diferencias entre los hombres: las empeora.
Un cristiano –afirmaba el pasado lunes 2 de mayo el comunicado de prensa de la Santa Sede— nunca puede alegrarse por el asesinato o la muerte de un ser humano. Sea Osama o sea Hitler. Desde luego, tampoco puede ser tan ingenuo como para no percatarse de la contribución a la violencia que Al Qaeda ha generado en estos últimos quince años, sobre todo con el 11-S.
A todos nos cambió la vida el atentado a las Torres Gemelas. Las condiciones de movilidad, el paso de las fronteras, la economía, la vida cotidiana, hasta en los más recónditos lugares del mundo, se transformó: Osama y sus secuaces nos hicieron entrar en el fondo de la era del recelo. Nunca más un hombre con turbante y túnica larga podrá ser mi hermano sin temor a que sea un suicida en potencia.
Pero de eso a su asesinato, hay un enorme trecho. Y festejarlo como si hubiera sido un triunfo deportivo, como si se hubiese cazado a la gran ballena blanca de Moby Dick, me parece una enorme provocación al mundo radical islámico, que no necesita, por cierto, grandes provocaciones para golpear a Occidente. Y donde se dice Occidente, se dice –para el islamismo radical— cristianismo. El Papa Juan Pablo II jugó un papel preponderante en las crisis de 2001 y 2003. Si bien sus llamados no pudieron detener la maquinaria de guerra estadounidense en Afganistán y en Iraq, desde luego que contribuyeron a que no hubiese un ataque contra la población civil del Medio Oriente y del propio Occidente.
La estafeta ha pasado al Santo Padre Benedicto XVI. Inicia, para él, un largo camino de mediación, una de las labores más difíciles e incomprendidas del Siervo de los Siervos de Dios. Que nuestra oración y obediencia lo apoyen y que Dios Nuestro Señor lo ilumine. También que nos ayude Dios para que, en México, la Marcha por la Paz de hoy domingo 8 de mayo, convocada por Javier Sicilia y los miles de víctimas de la violencia, encienda la llama de la justicia cotidiana en nuestro corazón.