Cumplimos 941 semanas, 18 años, de circular entre nuestros lectores, sin faltar una sola vez a la cita. El Observador es una obra de Dios: es un milagro cotidiano hecho información.
Hoy firmamos este Pórtico quienes concebimos, junto con los obispos eméritos don Mario de Gasperín y don Arturo Szymanski, esta aventura. Continuar leyendo
En Lampedusa, una isla entre las costas de Túnez y el puerto de Agrigento, el Papa Francisco oró por los inmigrantes africanos, por los inmigrantes de todo el mundo (¡tantos mexicanos’) y por el rescate de la vieja solidaridad cristiana, que ya ni en los países cristianos (como Italia, como México) existe.
El primero y más penetrante de todos los mensajes de Juan Pablo II fue el célebre «no tengan miedo» de abrir las puertas a Jesús y dejarlo penetrar nuestras vidas. Sonaba bonito. Pero para unos pocos –desgraciadamente muy pocos—se convirtió en una misión; hacer cosas «imposibles» para el mundo; lanzarse al ruedo, dejar de ser crítico de salón, «cristiano de museo» (que diría el Papa Francisco) y cambiar lo cambiable, sin buscar ganar una medalla, salir en la tele, ser nombrado ciudadano del año, etcétera.
Lo que ha encantado del Papa Francisco es su claridad. Hace poco dijo que los tres peligros del cristiano son el gnosticismo, el pelagianismo y la rigidez. Los dos primero exigen explicación.
Los hábitos de uso de Internet señalan que en México y en la mayor parte de los países del continente americano, la mayor exposición de horas en la red la poseen los niños y los adolescentes. La repercusión que esto causa en términos sociales está por ser interpretada. Y los resultados de esa interpretación pueden ser poco halagüeños.
Hace muchos años -en noviembre de 1982-compré y leí con avidez un libro del brasileño Manuel Bandeira: Evocación a Recife y otros poemas. Uno de ellos se me quedó grabado. Es simple, directo, emocional y aterrador:
La televisión en México, salvo el 10 de mayo, sigue siendo “la reina del hogar”. Así lo demuestra la Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales (Conaculta, 2010): el 95 de cada cien hogares mexicanos (de los cuales el 60 por ciento sobrevive bajo niveles de pobreza) cuenta con una pantalla: desde la de plasma a la de antenas de conejo.
El Papa Francisco no deja mañana sin lanzarle puyas a nuestra cultura hecha a base de televisión, películas, internet y cotilleos propios de la dictadura del relativismo (en los que a nadie importa consolidar la verdad, sino denigrar al otro lo más profundamente que se pueda, en particular, al otro que «me hace sombra»).
Muchos aplaudieron el gesto de la alcaldesa de Monterrey, Margarita Arellanes Cervantes, de entregar a Jesucristo la ciudad que gobierna y de reconocerlo como la “máxima autoridad” de la “Sultana del Norte”. Otros presidentes municipales de Guadalupe y de Juárez (¡mire nomás qué cosas!) en el estado de Nuevo León, y el de Ensenada, en Baja California, le han entregado las llaves de la ciudad a Jesús.
Muchos piensan que la profesión más peligrosa es la de torero, o la de corredor de autos, escalador de montañas, arponero en la Malasia o conductor de pipas en Xalostoc. También hay quien dice que es la de vendedor de gorditas de nata en el Periférico, domador de rodeo, franelero en Polanco. No es así; en el mundo moderno —plagado de mediaciones comunicativas— el periodismo representa, en todas sus versiones, la profesión más vulnerada y más vulnerable de todas.