Una de las locuras de nuestro tiempo es encerrar a los viejos en asilos, en «residencias», dependiendo de la riqueza de quien pueda pagarlas o simplemente ignorándolos porque «ya no sirven». Hay que levantar la voz: es una práctica que resulta terriblemente perjudicial para la familia y para la sociedad.
El Observador lo hace de la mano del filósofo francés Robert Redeker y su trilogía de libros Egobody, Bienaventurada vejez y El eclipse de la muerte. Los tres textos son una crítica a la separación cuerpo-espíritu, a la supresión de la memoria, la exclusión (el «descarte», diría el Papa Francisco) de los viejos y la negación de la muerte, operaciones que ha llevado a cabo el aparato publicitario-deportivo-mediático y político que domina Occidente.
Todavía no alcanzamos a entender las consecuencias. Separar espíritu-cuerpo implica tomar al cuerpo como objeto (de ahí la aceptación social del aborto o la eutanasia); descartar a los viejos es dejar a un lado las raíces de las que provenimos (de ahí el puro vivir-ahora y la caída de la democracia, por ejemplo) y negar la muerte explica la indiferencia con Dios y la religión.
«Se ha disuelto la imagen de la vejez como una edad hermosa, una edad envidiable, una edad digna de respeto», dice Redeker. La hemos cambiado por un afán idiota: el de ser eternamente adolescentes.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 11 de noviembre de 2018 No.1217