La expectativa de la Exhortación Postsinodal sobre la familia creó un falso rumor: que el Papa iba a cambiar la doctrina de Iglesia sobre tres puntos: divorciados vueltos a casar por lo civil; el acceso a la Eucaristía de quienes viven en situaciones irregulares y el tema de las personas homosexuales.
No cambió nada: profundizó todo. Mediante el jesuítico método del consenso, incluyó las propuestas de los participantes de los dos sínodos. Es un método arriesgado. Al corto plazo parece terrible. Queremos que las cosas se “aclaren” pronto y ya. Pero así no es la Iglesia. Ni el ser humano.
Si algo pudiese resumir la Exhortación “La alegría del amor” es la siguiente: acoger la fragilidad. Soy hombre, duro poco, citaba a Octavio Paz el Papa Francisco cuando se despidió de México. En otras palabras: soy una fragilidad que pide ser abrazada. Y solamente la misericordia abraza.
Ése es el mandato: que seamos misericordiosos con los otros y con nosotros mismos. Es la imitación de Cristo. El desafío es leer el documento con el corazón. Y sentirnos orgullosos de dar razones de nuestra fe católica.
Un software capturó las palabras más usadas en la Exhortación. Son tres: “Dios”, “es”, “amor”. Juntas hacen la frase del prólogo del Evangelio de San Juan. Y Luis Alonso Schöekel S.J. –traductor e inspirador de la Biblia del Peregrino—dijo algo bellísimo sobre esta frase: “Nunca se ha dicho nada más grande de Dios. Ni del amor.”
Publicado en la edición impresa de El Observador de la actualidad