Tesoros que dejamos morir

La diversidad lingüística de México se ha ido perdiendo, a la manera como hemos dejado ir otros tesoros, como la diversidad biológica o biodiversidad así como la riqueza multiétnica que conformó a un país riquísimo, que se niega, sistemáticamente, a considerarse como tal.

Acabamos de celebrar el Día Internacional de la Lengua Materna, programado por la UNESCO cada 19 de febrero. Y de nuevo constatamos, con los informes del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inal), que muchas de ellas, como las variantes del mixe zoque de Tabasco y Veracruz y otras lenguas de la región de Baja California, “se nos están perdiendo frente a nuestras narices”, como lo dijo Fernando Nava, director del Inal.

Él mismo reconoce un dato que me parece importantísimo: en México existen, todavía, 364 variantes de lenguas indígenas, de las cuales cuatro lenguas concentran el mayor número de hablantes: el náhuatl, el maya, el mixteco y el zapoteco. Mejor aún; las lenguas indígenas de Chiapas, por ejemplo el tzeltal, el tzotzil, el tojolabal y el chol han tenido un ligero ascenso y gozan de mayor prestigio en los últimos quince años.

Cada lengua es un universo de plantas, flores, leyendas, intuiciones, nombre de la divinidad, del misterio, de lo oscuro, del milagro de la vida. Cada lengua es una celebración del espectro múltiple de la Creación y del genio del ser humano. Dejarla ir como se deja ir un cacharro viejo, es un crimen de lesa humanidad. Y me pregunto si, como país que celebra su bicentenario de Independencia, estamos haciendo lo necesario para conservar la multiplicidad y el respeto por la riqueza lingüística que aún poseemos.

Hay algunos proyectos, no del todo cuajados, pero, en fin, son proyectos que podrían evitar el desprestigio y la desaparición del cofre comunicativo que México tiene en sus indígenas (cerca de 11 millones de mexicanos, un 10 por ciento de la población total del país). Por ejemplo: hacer parte de los estudios de educación básica el conocimiento de la lengua indígena predominante en el entorno (para el centro del país, el náhuatl, para el sur y el sureste el mixteco o el zapoteco, para el noreste el huasteco, etcétera). También que los estudiantes indígenas tengan educación netamente bilingüe, con su lengua como lengua madre y el castellano como segunda lengua.

Un programa serio, como el que pidió don Miguel León-Portilla al anunciarse el programa de televisión “Discutiendo México”. Un programa que se interese por el “indio vivo” y no celebre, con regocijos hipócritas, al “indio muerto”. Y que integre, de verdad, la raíz indígena como una de las dos matrices culturales en las cuales se finca nuestra identidad.