Los olvidados

Utilizo el nombre de la película famosa de Luis Buñuel para intitular este artículo.  Hoy, los olvidados no son “el Jaibo” y los personajes que acompañan esa desoladora mirada de la miseria mexicana, sino los buenos sacerdotes de la Iglesia católica.

¿Por qué lo digo?  Por la desbandada de católicos –por ejemplo en Estados Unidos o en Chile, en Australia como en Irlanda, en México mismo—tras los últimos escándalos propiciados por nombres como el padre Karadima o el ex cardenal McCarrick, o por el informe del gran jurado de Pensilvania, que encontró 301 sacerdotes abusadores (y obispos que los encubrieron), con más de mil víctimas, la mayor parte, niños.

¿Es horrible?  Claro que lo es.  Merecen todo nuestro repudio, los que abusaron y los que taparon la mugre metiéndola debajo de la alfombra.  Y desde luego que dan ganas de irse, desentenderse, dejar la barca tambaleante de Pedro y voltear para otro lado.

Los periódicos de tirada mundial –pienso en el estadounidense The New York Times o en el español El País—se han regodeado en estos escándalos.  Y hemos comprado la idea que “todos” los curas son iguales.  ¿Solución?  Eliminar el celibato; eliminar la Iglesia, la confesión, todo lo que implique “factor humano”.  Una solución bastante extraña.  Sería como echar al mar una cosecha entera de manzanas porque algunas salieron podridas.

Chesterton decía que amaba la Iglesia porque le permitía ser contemporáneo de los cristianos de hace 2.000 años, de Jesús mismo.  No olvidemos, frente a esta crisis, la dimensión histórica de la Iglesia católica.  No nació anteayer.  Ni se terminará por McCarrick o por Karadima.  Pensilvania no es todo el mundo.  Hay razones fundadas –el sentido común entre ellas—para seguir amándola.  No olvidemos a los buenos sacerdotes.  Son un montón.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 26 de agosto de 2018 No.1207