Decía Joseph Ratzinger que la mayor sabiduría es el temor de Dios. Para el mundo esta sentencia es un disparate: la mayor sabiduría es, entre nosotros, la del que hace daño, se beneficia del daño y sigue viviendo como si nada.
En su meditación el cardenal Ratzinger destaca que existe un “miedo justo”. No el temor a la muerte, al infinito, a la soledad, sino el temor a la pérdida de nuestra amistad con Dios. Por culpa de la absoluta indiferencia hacia su obra creadora.
¿Cómo convertir el camino de nuestra vida hacia la sabiduría concebida en el temor de Dios? Primero, por el silencio. Fernández-Carvajal lo explicaba así: “Dios habla si hay silencio en el alma”. Imposible encontrar a Dios donde no está Dios: en la dispersión y el vocerío de la vida digital. Segundo y muy importante: con la lectura asidua de la Biblia.
El campeón mexicano de clavados, Joaquín Capilla, dijo en una ocasión: “Nunca logré un clavado más bello que cuando me arrojé de cabeza en la Biblia”. La mayoría de nosotros apenas si metemos la mano para tentar el agua.
La repasamos por encima, a veces la abrimos al azar, la tenemos como adorno. Pero, ¿arrojarnos de cabeza dentro de ella…? Ese esfuerzo se lo dejamos a “los profesionales” de la fe: a los sacerdotes, los laicos consagrados, las beatas…
Qué poca sabiduría hemos acumulado al burlar el silencio del alma y la Palabra revelada. Flojo temor de Dios. Mediocridad. Preferimos la compañía del celular que la de Dios. Y hay suicidios de jóvenes porque les castigaron el teléfono.
No conozco ninguna manifestación de tristeza por que les castigaron el Nuevo Testamento. Nos perdemos de la mejor compañía. Y los enseñamos a no tener sabio temor de Dios.
Publicado en El Observador de la actualidad