En el lenguaje llano “ponerse en los zapatos del otro” significa lo que los psicólogos de la comunicación llaman “empatía”. Algo así como empatar con el vecino, con el prójimo, con el otro ser humano. Compartir la misma emoción y la misma concepción del dolor.
Aprovechando la designación del 20 de junio como “Día Mundial de la Sandalia” (hay días conmemorativos para todo en este mundo), nos hemos dado a la tarea de investigar y poner al día no la moda del zapato, sino la necesidad de conocer esta extensión del pie humano, sobre todo enfrentando la necesidad de quienes carecen de calzado, signo inequívoco de pobreza extrema.
La sandalia tiene toda una connotación bíblica. En el Éxodo, Dios le pide a Moisés que se las quite, por que está entrando en territorio sagrado al ir a explorar la zarza ardiendo. Jesús le dice a sus discípulos que se sacudan el polvo de las sandalias cuando salgan de un pueblo refractario a su palabra…
Pero también tiene una connotación de vida sencilla, de recursos modestos, de contacto con la naturaleza. Es una perfecta metáfora de la Iglesia pobre que quiere el Papa Francisco. No en balde una novela de Morris West se llama Las sandalias del pescador, y trata, justamente, de lo duro que es ocupar las sandalias del sucesor de Pedro.
Sin embargo, volviendo al principio de esta reflexión, la más grave enseñanza de las sandalias es buscar comprender a quien las porta o a quien no tiene ni para ellas. Es tanto como ver a un hijo de Dios en cada otro y es tocar la llaga de Jesús en cada descalzo. El ideal cristiano asumido desde la meditación de un Día Mundial, seguramente diseñado por los patrones de la moda.
Publicado en El Observador de la actualidad