Es difícil saber cuál de las campañas políticas que nos asedian de una manera atroz es la más mala de todas: si la del abuelito que operan y la nietecita que va a verlo sin tener que dejar los estudios, o si la que dice lero, lero, por lo que le dolió a los del establo de enfrente el haberle dicho sus verdades.
Según recuerdo, serán 13 mil millones de pesos los que se repartan los partidos políticos para publicidad en estas elecciones intermedias (5 mil gastarán el INE y las demás instancias electorales destinadas a defender el voto de la ciudadanía). Es una millonada que se reparte en tonterías. Nadie saca una decisión de toda esta avalancha excepto el hartazgo, la insensibilidad, la incapacidad de encontrar —siquiera— una diferencia entre quienes van a salvar a la Patria o aquellos que nos advirtieron que íbamos a ir al despeñadero.
En el fondo, de lo que se trata es de eso: de que los votantes lleguen a las urnas tan confundidos, tan sin propuestas de fondo, tan sin temas, que sufraguen por el de siempre, por el suyo, por el que lo hacían los abuelitos, por éste o aquél que me puede significar un “hueso”. Hemos logrado lo que parecía imposible: una democracia sin ideas. Y lo que es peor: una democracia sin votantes.
De estos 13 mil millones de pesos, ¿cuántos ciudadanos asqueados de la “guerra sucia” y que no iban a ir a votar serán rescatados? Como mucho el 5 por ciento. El promedio nacional seguirá entre el 40 y el 45 por ciento. No porque el pueblo sea flojo, mal intencionado, enano electoralmente hablando. Es que a la mula se le está haciendo costumbre ser arisca. Pues los palos de la corrupción, de la impunidad, de los contratos amañados, de la inseguridad y de la crisis permanente la han fabricado así, arisca, tesoneramente desinflada, desilusionada.
Hoy vemos una batalla campal entre aspirantes a servirse del poder para servir a los intereses de su partido. La gente no es tonta. Sabe que toda esta parafernalia comunicativa esconde una debilidad esencial; una locura institucionalizada con su dinero. Y presume —no necesita ir muy lejos, solamente al 2012— que al final de tantas patadas el ganador será aquél que logró comprar mayor número de votos de gente empobrecida. Eso es lamentabilísimo. Pero es.
Publicado en Revista Siempre!