Al paso del tiempo, las homilías pronunciadas espontáneamente, sin haberlas escrito antes, en la pura reflexión del Evangelio del día, del Papa Francisco en la capilla de Santa Marta, van a hacer historia.
Una de ellas toca profundamente a México, donde parecería que la corrupción ha firmado carta de nacionalidad. Dijo la semana pasada el Papa que hay padres que alimentan a sus hijos con “pan sucio”, con pan negro de la deshonestidad.
“Dios nos ha mandado que llevemos el pan a casa con nuestro trabajo honesto”, dijo Francisco. Y refiriéndose al administrador astuto del Evangelio, subrayó que si bien llevaba el pan a casa, era un pan sucio el que daba de comer a sus hijos. “Y sus hijos, quizá educados en colegios costosos, tal vez crecidos en ambientes cultos, habían recibido de su papá como comida la inmundicia, porque su papá llevando el pan sucio a casa, había perdido la dignidad”.
Qué impresionante resulta esto. Qué duro el Papa. ¿Cuántas riquezas y cuántas familias-bien podrían retratarse en sus palabras? El “pan sucio” es el que se obtiene violando la dignidad del otro: desde el que paga salarios de miseria hasta el que obtiene el sustento de engañar, de vender ilusiones, de robar la esperanza en los otros. “Esto es un pecado grave”, terminó diciendo el Pontífice. Lo que el mundo premia de los hombres –el éxito a como dé lugar; el prestigio logrado violando toda forma de fidelidad; el placer personal como brújula de vida—es, exactamente, lo contrario del ideal de Jesús.
Hay panes sucios que parecen limpios, y limpios que huelen a rancio por dentro. El problema va a ser para los hijos. No podrán crecer sanos. Sin honestidad la enfermedad del pan sucio corroerá su alma.
Publicado en El Observador de la Actualidad