¡Mil gracias a usted, Santo Padre!

papa-graciasSu renuncia nos llenó, en principio, de tristeza y estupor. Han sido ocho años que han calado hondo en nuestro corazón y, lo más importante, en nuestra fe. Pero, en un segundo momento, hemos comprendido, aun con nuestras deficiencias, la grandeza de un gesto como el suyo, Santo Padre. Un gesto que demuestra que, cuando se tiene a Dios, nada nos turba, nada nos espanta. Porque «Dios no se muda». Y porque «la paciencia todo lo alcanza».

Como San Agustín, ha decidido afrontar sus últimos años orando. Su admirado San Agustín, quien hizo escribir los salmos penitenciales en la pared de su habitación, para rezarlos ya postrado, en el lecho de muerte. Si Dios lo permite, todavía gozaremos de usted, Santo Padre, muchos años. De su sabia sencillez, de su altísima condición de hombre de fe y hombre de pensamiento.

Pero su despedida, Santo Padre, es un monumento esculpido en pasión por el servicio a la Iglesia. ¡Qué virtud la de quien confía la barca de Pedro al dueño de la barca, y se olvida del juicio, efímero, tornadizo, letal de los seres humanos! Nos deja el listón muy alto a todos, especialmente a los que tenemos la pluma, una responsabilidad en el gobierno, una gestión de poder, mundano o espiritual: cuando ya no se sirve al Señor como el Señor lo exige, hay que ceder el paso.

Santo Padre: se despide del ministerio petrino dando las gracias de corazón a quienes lo han ayudado y pidiendo perdón por sus defectos. Agradecimiento y perdón son los dos ejes de la vida cristiana. Desde la dignidad más alta a la que puede aspirar un católico, una persona decide hacerse a un lado y ponerse a la cola para ofrecer su sacrificio callado a la mayor gloria de Dios. Haciéndose el último se hace el primero. Imita usted a Cristo y con ello nos invita a hacerlo a cada uno de nosotros.

Qué grande acto; que fe más fe la suya. No tenemos otra cosa que decirle más que ¡gracias!, ¡mil gracias, Santidad! Y perdónenos usted por nuestra fe tan flaca. Su dimisión nos la refuerza. Entendemos la esencia del acto. Nos comprometemos con usted y con su sucesor a seguir trabajando para que el mundo conozca la luz del Evangelio desde el periodismo militante, profesionalmente militante. Ya lo hicimos una vez, aquel 13 de septiembre de 2005, en Castel Gandolfo. Hoy, 17 de febrero de 2013, lo reiteramos. Y guardaremos en el corazón su dulce sonrisa y las palabras que nos dirigió como encomienda: «sigan haciendo periodismo católico». Seguiremos, Santo Padre: no lo dude. Ah, y de nuevo, Danke.

Editorial publicada en El Observador de la Actualidad