Luz del mundo

He terminado de leer Luz del Mundo, el libro de entrevistas que le hiciera Peter Seewald al Papa Benedicto XVI. ¡Es un gran libro! Como bien dice la contraportada, «nunca antes en la historia de la Iglesia un Papa había respondido con tanta franqueza a las preguntas de un periodista en una entrevista directa y personal».  En efecto: nunca antes.

Se necesita tener el aplomo, la humildad, la altura intelectual, la sinceridad y la fe de un Benedicto XVI para responder, sin darle vueltas a nada, sobre abusos sexuales de sacerdotes, pérdida de prestigio de la Iglesia, fallas en la comunicación de El Vaticano, conflictos internos, ataques infundados desde el islamismo radical, banalización de la sexualidad; la reforma necesaria en la liturgia, el volver al sentido original del cristianismo, la unidad de los cristianos y un larguísimo rosario de temas que –bien leídos— nos dan eso, luz, para ser «luz del mundo y sal de la tierra».  Para cumplir nuestra misión que es lograr que el mundo sea mejor, desde el parámetro de Dios.

Me resultaría imposible resumir los temas de interés que suscita la muy bien estructurada entrevista del alemán Seewald al bávaro Ratzinger (qué interesante es que Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger no hayan dejado de ser polaco o bávaro ni un momento de su pontificado). El Papa analiza y desmenuza, luego recompone y construye un lenguaje moderno para enfrentar, sin dejar de ser cristianos, los signos (sombríos) de los tiempos. Esto es lo fundamental, a mi juicio: que Benedicto XVI nos muestra a las claras que podemos ser católicos y ser modernos, sin dejar de ser católicos y sin dejar de ser modernos.

Tal vez el tema no se vea con facilidad por el lector de estas líneas.  Trataré de explicarlo en palabras llanas: lo que nos enseña el Papa en el libro es que, antes que renunciar a nuestra identidad católica, es ella el arma que nos dará la fuerza para entender, comprender, asumir y transformar nuestro entorno, sea éste el de la familia, sea el de la escuela, sea el de la sociedad mexicana o sea el de la sociedad mundial.  Con la fuerza de la Palabra, con el alimento de la Eucaristía y con la acción del amor al otro tengo en mí el elemento más formidable que haya conocido la historia del ser humano para cambiar las cosas y llevarlas hacia el bien: Jesucristo.

El cristianismo ni está agotado ni está en decadencia. Es la novedad de novedades. Más aún, el catolicismo. Más aún: la Iglesia católica cuya tarea, además de urgente, es bellísima: «volvernos hacia Dios y dar entrada a Dios en el mundo».