El domingo pasado, Jean Meyer escribió uno más de sus deslumbrantes textos en El Universal sobre un tema que muy poco preocupa a los columnistas de profesión: la abundancia alimenticia que posee el mundo.
Leyó usted bien: abundancia y no escasez. Le doy tres datos. El primero, aportado por Jean Meyer: en Estados Unidos, cuarenta por ciento de la alimentación disponible termina en la basura. El segundo, viene de la FAO: de 1950 a 2000, la población mundial creció 2.7 veces, mientras que la producción de alimentos en el planeta se incrementó siete veces. El tercero viene de la Asociación Mexicana de Bancos de Alimentos (AMBA): diariamente se tiran en nuestro país cerca de treinta mil toneladas de alimentos útiles para el consumo humano, la mayoría de ellos “por no contener las exigencias del mercado”.
En México, país con cuatro millones de familias en pobreza alimentaria, preferimos tirar que alimentar. Igual que en el mundo desarrollado. El mercado es el que manda. Diariamente mueren en el mundo 25 mil personas por hambre, más de mil cada hora. Y alimento hay. También lo hay en México. Pero las autoridades federales, los gobiernos estatales y municipales han hecho poco, muy poco, para apoyar a la sociedad civil organizada en la tarea que es propia de los bancos de alimentos: ser un puente entre la abundancia y la carencia. También es cierto que interviene en este horror una inveterada actitud de modorra que nos caracteriza a muchos mexicanos: “que lo haga el gobierno —decimos— que para eso está”.
Mucha de la culpa de que el mercado sea el rey y de que se tiren alimentos a la basura porque no cumplen las “normas” de presentación, la tiene la televisión. Ahí lo que se anuncia para venderse es siempre un regalo a la vista. Hay millones de familias que no les interesa tener ese regalo: quieren comida y la quieren ahora. La AMBA está formada por setenta bancos en todo el país. Pero apenas si acopia el uno por ciento del total de alimentos que se desperdician al día.
Hay muchos factores técnicos que impiden que el alimento llegue a la mesa de los pobres: la cosecha, la distribución, el almacenamiento, el transporte, el exceso de productos en los anaqueles, etcétera. Pero hay otro intangible que es muy real: el mercado y la publicidad están, los dos, amarrados a fomentar la cultura del aprecio sin tener en cuenta la del no desperdicio. Son, profundamente, antisolidarios. Y nosotros, también.
Publicado en revista Siempre!