Hambre

El cardenal don Norberto Rivera se quejó —con justísima razón— de la situación que vive la capital de la República (y que es extendible a todo el país): grandes cantidades de familias con hambre, y exceso de comida en los supermercados. La cultura del no desperdicio no ha cundido en México.

Diariamente se tiran en el país —según la Asociación Mexicana de Bancos de Alimentos— 30 mil toneladas de alimentos útiles pero que no cumplen las condiciones del mercado. Es decir: diariamente se podría alimentar a 30 millones de personas sin problema. Pero no lo hacemos porque no queremos construir puentes entre la abundancia y la carencia; puentes que, por otra parte, nos manda el Evangelio que construyamos.

La cultura del no desperdicio es una asignatura pendiente en México. Parece cosa de risa que un país que ha visto aumentar —en los últimos tres años— el número de pobres, no sea capaz de organizarse y de velar por aquellos que sufren hambre. En ese sentido, no hay nadie que pueda quedar exento. En El Observador hemos entendido que tenemos que formar parte de una comunidad que se preocupa y se ocupa de los más débiles. Por eso, desde 1997 hemos participado tanto en la creación de un Banco de Alimentos (que dirige nuestra directora general adjunta, Maité Urquiza Guzzy) como en la propia Asociación Mexicana de Bancos de Alimentos.

También nos preocupa vestir al desnudo: hemos impulsado, directamente, la creación del Banco de Ropa, Calzado y Enseres Domésticos (BRED), y de la asociación nacional de este tipo de bancos. Creemos que es la manera de ser cristianos. Y mucho más ahora, con la nueva encíclica del Papa Benedicto XVI, que nos compromete a fondo en la «cuestión social», en sacar adelante la agenda de la pobreza. Si esperamos al gobierno, podemos quedarnos sentados, esperando…

No quiero que el lector piense que nos estamos dando baños de pureza. Sabemos que somos siervos inútiles. Pero esa condición no nos parece un fatalismo. Antes al contrario, nos obliga a ser perfectos, como nos dijo Jesús que lo fuéramos. Los cristianos —lo digo con convicción— tenemos que ir a la vanguardia de los programas sociales, de los proyectos que sanan el alma y el cuerpo de los pobres. Leonardo Boff le espetaba al Papa Benedicto XVI que aprendiera marxismo. Yo le diría al señor Boff: aprenda cristianismo. Y me lo digo a mí mismo. Si todos fuéramos esta semana verdaderamente cristianos, el problema de la pobreza sería menor. Casi nulo.