En épocas de oscuridad, como la nuestra, tenemos todo el derecho a conservar la poca luz que nos sobra. Cada vez que voy al Seminario y me encuentro con sus estudiantes, sean casi niños o ya mayores, me viene esta reflexión: ahí está la savia que salva.
Recuerdo muy bien que en las visitas de los obispos a Benedicto XVI, él siempre les preguntaba por la situación que guardaban sus seminarios. Continuar leyendo
El profesor de filosofía del Boston College, Peter Kreeft, publicó un libro cuyo nombre es muy sugerente: How to win the Cultural War. A Christian Battle Plan for a Society in Crisis (Cómo Ganar la Guerra Cultural. Un Plan de Batalla Cristiano para una Sociedad en Crisis).[1]
La renuncia de Benedicto XVI dio la vuelta al mundo en cuestión de segundos. Pocos fueron los periodistas que, entonces, destacaron lo esencial: la humildad de un hombre que tiene fe y que sabe que puede servir mejor a la Iglesia orando por ella y no desde una edad avanzada, en medio de un ritmo digital que no para un segundo.
El primer documento oficial del Papa Francisco “Evangelii Gaudium” recoge, sintetiza y relanza –con una gran influencia de Aparecida—las aportaciones del Sínodo de 2012: “La nueva evangelización para la transmisión de la fe”.
Era imposible para un servidor creer lo que estaba oyendo. El Papa Francisco, en la homilía de su Misa cotidiana en la residencia donde vive, Casa Santa Marta, pedía al Espíritu Santo «la gracia para ser fastidiosos en los ambientes en los que la Iglesia permanece demasiado tranquila».
La persecución contra los cristianos en el mundo es una carnicería que los medios de comunicación han procurado olvidar, cuando no burlarse de ella. Estarían en su «derecho» de no atenderla, pero sucede que se trata de la muerte de entre cien mil y ciento treinta mil personas cada año. Una muerte por la fe en Cristo cada cinco minutos no es cosa de risa. Es una horrorosa matanza perpetrada en la impunidad de quienes odian al Amor.
La renuncia del Papa Benedicto XVI, la elección del Papa Francisco y la decisión de éste de gobernar la curia romana en forma colegiada, junto con ocho cardenales de la talla del de Boston –Sean Patrick O’Malley—, quien saneó una de las arquidiócesis más golpeadas por los escándalos de pederastia en Estados Unidos, ha mostrado al mundo la capacidad de reforma que tiene la Iglesia católica, a quien las más rancias y conservadoras instituciones y personas –por ejemplo la masonería y los masones— califican como obsoleta.
Juan Pablo II nos pidió que no tuviéramos miedo a abrirle las puertas de nuestra vida a Jesucristo. Benedicto XVI exigió que pensáramos duro y pensáramos limpio, que no tuviéramos miedo a enfrentar la dictadura del relativismo que se abate sobre el mundo. Ahora, Francisco nos llama a no tenerle miedo -en algunos casos es pavor-a la ternura.
Fueron poco más de cuarenta tuits los que tecleó Benedicto XVI. El Papa Francisco acaba de iniciar su pontificado con el primero: “Queridos amigos, os doy las gracias de corazón y os ruego que sigáis rezando por mí”. El primer tuit del Papa Francisco llegó al final del Ángelus del domingo 17 de marzo, tras haberse dado un baño de multitud y de haber recordado al mundo una de las verdades fundamentales de la vida cristiana: el perdón.
Escoger un tema de los miles que se me presentan como herencia del pontificado de Benedicto XVI es una tarea ingrata. Algunos lo llaman «el Papa de la razón». No creo que sea ésta su principal cualidad. Significaría que Juan Pablo II hubiese sido «el Papa de la emoción», o algo similar Frente a los últimos colosos, Pío XII, Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, ¿cómo decir qué distingue a Benedicto XVI?