Las imágenes del ataque de los terroristas a la sala de conciertos Bataclan de París no dejan de darme vueltas en la cabeza. Pero hay una que me parece, al mismo tiempo, desgarradora y luminosa: la de una mujer embarazada, colgada de una ventana para escapar de los disparos, y la de un caballero (en toda la extensión de la palabra) que detiene su huida y la auxilia hasta dejarla a salvo.
Ambos ya se encontraron, ya se saludaron, ya hicieron de esta barbarie un himno a la defensa de la vida y a la elemental solidaridad humana. Contra el extremismo de los fanáticos, una flor de hombría y femineidad, de cariño por el no nacido y heroísmo para ayudar a otro a despecho de la propia seguridad. Contra eso jamás podrán los violentos. Es su derrota. La única derrota que podemos propinarles. Continuar leyendo
Una vez escuché esto: “Sí, es bueno aspirar a la santidad, pero no tanto”. Es lo que se usa. La santidad como ideal. Como tortura y cilicio. Edad Media dibujada por las mentiras de Dan Brown y sus “códigos Da Vinci”.
Al presidir el Papa Francisco la conmoración del cincuenta aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, lanzó una bomba al corazón de la “esquizofrenia del clericalismo”. Se puso él mismo al frente de la reforma que reclama la Iglesia al anunciar la “conversión del papado”, para dar más atención a las realidades de las iglesias locales y de los fieles. ¿Alguién pedía una señal de la vitalidad de la Iglesia católica?
El libro de José Antonio Pagola Jesús y el dinero (PPC, 2013), representa una lección para discutir entre nosotros, con nuestras familias, sin importar de cuántos recursos disponemos. También para los gobernantes, nuevos y viejos; para los que estén interesados en servir a la gente, no en servirse de la gente.
Esta ocasión es la segunda en que El Observador circula el boletín de Ayuda a la Iglesia que Sufre. En la primera vez se tocó a Iraq. Hoy es el turno a los católicos perseguidos en China.
Está por concluir la visita pastoral del Papa Francisco a Cuba y Estados Unidos. Visita histórica por los encuentros, las advertencias, las innovaciones, las sorpresas, los tragos amargos, los tumultos, el oportunismo político y la efervescencia de una Iglesia, la Iglesia católica, más viva que nunca.
Me robo, desvergonzadamente, el primer verso del famoso soneto de Lope de Vega (¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?) para distorsionarlo y preguntar por el “secreto” de Papa Francisco en la vuelta a la Iglesia de muchos que andaban fuera, y en la alegría de tantos no creyentes que han visto surgir, de donde menos se imaginaban (porque no conocen el corazón de la Iglesia) el liderazgo espiritual, adherido a Cristo, que su alma anhelaba.
Muerto a la orilla de la playa de Turquía, como si durmiera boca abajo, Aylan Kurdi, de tres años de edad, es el símbolo de la estupidez del poder y de la guerra; de la ambición mezquina y de la ausencia del temor de Dios. Su cuerpecito mojado por las aguas del mar Egeo, todavía caliente del último abrazo de su madre, ahogada también en su huida del horror del EI, hace aterrizar en el atroz sentimiento de que es Jesús mismo al que vomitamos en la arena turca.
Como casi siempre sucede –por no decir siempre—los medios de comunicación han maximizado la carta que el Papa Francisco envió el martes pasado al presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, monseñor Rino Fisichella, encargado de organizar el Año Santo extraordinario de la Misericordia en la cual concede un permiso temporal para que los sacerdotes puedan absolver del “pecado de aborto a quienes lo han practicado y que estén arrepentidos de corazón”.
Este 1 de septiembre el Papa Francisco ha convocado –por vez primera– a una Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación. Se une a la Iglesia Ortodoxa, quien ya lo celebra desde hace mucho tiempo. Además de ser testimonio de cercanía entre las iglesias, el Papa ha visto este momento histórico (aprovechando “Laudato si”) para volver a invitarnos a la “conversión ecológica” que la Encíclica anuncia.