En los últimos días, todos los medios se han hecho cadena para difundir una denuncia por presunto encubrimiento hecha al cardenal Rivera Carrera. Sin erigirme como juez ni entrar en la polémica, sí quiero mostrar que, tras los reiterados esfuerzos del Papa Francisco, siguiendo la línea de sus antecesores san Juan Pablo II y Benedicto XVI, para combatir en todos los niveles de la Iglesia el abuso sexual de menores, la Iglesia católica de México tiene un compromiso firme en contra de esta acción criminal.
El pasado 4 de abril se celebró la Primera Jornada de Oración por las Víctimas de Abuso Sexual. Guiados por la frase del Papa Francisco «La Iglesia llora con amargura este pecado y pide perdón», los organizadores propusieron que «en este tiempo de conversión, como Iglesia, pidamos perdón por todos los abusos cometidos contra los menores».
El encuentro se efectuó en la Universidad Pontificia y la parte central la tuvo el obispo Alfonso Miranda, secretario de la CEM, quien señaló que los niños abusados sexualmente por sacerdotes y religiosos son como «mártires de nuestra época (…) víctimas de una estructura clerical con síntomas desbordantes de poder».
Para el obispo, algunos miembros de la Iglesia han sido «espectadores silenciosos» y han incurrido en «el ocultamiento y la complicidad» en los casos denunciados de abusos sexuales realizados por sacerdotes en contra de menores. La Iglesia, dijo, asume «la vergüenza que la sociedad siente» y pidió tener claro «que toda la labor de la Iglesia no vale tanto como dañar a una criatura», por lo que se debe «dar la cara a las familias de las víctimas, a ellos mismos, a toda la sociedad, sin alteraciones, sin huidas, sino con toda la responsabilidad».
Una Iglesia humilde pide perdón desde el corazón y jamás mete el polvo debajo de la alfombra. Jamás.