Medio pollo

El gran Chesterton decía que las estadísticas son mentirosas. Que si su vecino se comía un pollo y él ninguno, el resultado daba a medio pollo por cabeza. Y, desde luego, nada explicaría el hambre del que se quedó sin pollo.

Los últimos dos meses ha habido una atracción brutal, por parte de los medios, en torno a las encuestas presidenciales. No hay mucho que añadir a los ríos de tinta que han corrido sobre este particularísimo movimiento electoral mexicano.

No son los candidatos, sino las encuestas las que hablan. Y las que dictan cómo y por quién no votar. Es curioso: hoy las estadísticas sirven de marco para el envilecimiento del voto personal. Por definición, el voto es intransferible. En él se demuestra una convicción profunda.

O se es de derechas o de izquierdas. O de centro. Pero no se puede ser de una compañía encuestadora. Hoy parecen ellas los candidatos presidenciales. Dos cosas suelen decir los encuestadores (por lo bajito, pues en estos periodos hacen su agosto): que la encuesta la manda el que la paga (y no voy a pagar por que me digan la verdad sino para que le digan mentiras a la gente), y que se trata de una instantánea. Pero de una instantánea tomada a cierto sector de la sociedad. Por ejemplo: los que tienen teléfono. ¿Nada más ellos votan?

El síndrome del medio pollo es el síndrome del que confía en las encuestas. Pero los medios se han convertido en fanáticos del caldo que sale de hervir la información demoscópica a buen recaudo. Llevamos semanas contrastando sondeos y no propuestas. Es una bonita manera de eliminar la convicción. ¿Para qué salir a votar si Enrique Peña Nieto va encima de Andrés Manuel López Obrador o de Josefina Vázquez Mota por quince puntos? No desperdicie su mañana. Quédese en casa, con la familia; vea el futbol (si hay). Tome Coca-Cola y a otra cosa mariposa…

El fraude del “voto útil” nos ha llevado al límite del cinismo. Vendo mi voto para ver qué obtengo. Muchos decenios de desencanto nos han traído al pantano en el que estamos hundiéndonos. Los políticos han confiscado la política y la han vuelto cosa de partidos. Y de encuestas.

Todos llaman al voto utilitario; ninguno llama a la esencia del voto que es la razón. Después —también cuenta— la pasión. “Hay que luchar —le dijo Vasconcelos a Emmanuel Carballo— por un futuro en el que rijan los principios de una democracia limpia y auténtica que, pese a todos sus defectos, es la mejor forma de gobierno dentro del principio general de que todo gobierno es desagradable y molesto”. Hay que luchar por un ideal de ese tamaño. Y empieza por dos acciones: salir a votar y defender mi voto de las estadísticas.

Publicado en Revista Siempre!