¿Qué se puede decir de la fe en medio del naufragio generalizado de los referentes de valor? ¿Qué hay en el alma de un hombre avasallado por la propaganda política, por los anuncios comerciales, por el horror de la realidad noticiosa de cada noche?
De verdad: hay nostalgia de absoluto. Existe una sed de trascendencia que ninguna rebaja en Liverpool puede apagar; que ningún personaje elevado a estrella puede siquiera llenar a la cuarta parte. Existe avidez de la Palabra. De Dios.
Marc Augé en Los nuevos miedos, refiere que el estrés acompañado de la angustia es el “menú del día” de nuestro mundo. Y ambos son “el motor a dos tiempos” de la pandemia que define a la época actual: la depresión. Un sujeto incapaz de fijar la atención en una sola cosa. Incapaz de meditar sobre un tema. Necesitado de “algo” que le quite el miedo. “Algo” que lo altere; que lo haga mirar a otro lado y no a su existencia. ¿Qué le quite el miedo a qué? Augé lo dice claramente: el miedo a la vida (que ha sustituido al miedo a la muerte).
El Libro de los Proverbios parecería escrito para curar los males del ser humano del siglo XXI cuando dice: “Guarda la prudencia y la reflexión… así irás tranquilo por tu camino y no tropezará tu pie”. Es la cura de la prudencia reflexiva que es la fe. Creer salva. Y quita el miedo a vivir.