Me recuerda el padre Fernando Pascual, desde Roma, que el 20 de julio de 2009, es decir mañana lunes, se cumplen cuarenta años de que el ser humano puso el pie en la Luna. 20 de julio de 1969; Apolo 11, Armstrong, Collins y Aldrin (que se quedó solo, dando vueltas al satélite, mientras sus compañeros brincoteaban, aprovechando la débil fuerza de gravedad). Fecha (y apellidos) que se quedaron grabados en la infancia de mi generación, y que nos hizo crecer con la idea de que eramos más poderosos que antes; que ya, prácticamente, todo tendría solución y que, a partir de este «paso pequeño y salto gigantesco» de la humanidad, tal y como lo dijo Neil Armstrong al posar el pie en la Luna, el futuro de la Tierra era un futuro de promisión.
Cuatro décadas más tarde, nos encontramos con la paradoja en su grado extremo: hemos seguido «conquistando» el espacio, pero hemos ido perdiendo terreno en lo fundamental: la compasión por el otro. Recuerdo muy bien que por aquel entonces, quizá un poco más adelante, mediada la década de los setenta, leí un texto con los jesuitas (en clase de Formación Integral Humana o de Formación para la Acción Social), que hablaba del periodismo como cercanía, como búsqueda de entender el por qué existe y para qué sirve la solidaridad entre los hombres. Decidí que mi derrotero iba por ahí, por ese lado de la vida. Comencé a editar (a solas, los sábados, en mimeógrafo) la «revista» del Colegio. Se llamaba «Duc in Altum». Mi primer «editorial» fue explicar el nombre: «navega mar adentro». Y hacía la pregunta obligada: ¿por qué, si ya llegamos a la Luna, no somos capaces de llegar, con banderas desplegadas, al corazón de los demás?
Bien se ve que entré al periodismo católico (después pasé por muchas redacciones agnósticas, rebeldes, francamente ateas, cínicas y algunas maravillosas) por la puerta del gran acontecimiento, pero con la idea de entrar por la puerta estrecha del pequeño acontecimiento, del hombre que sufre. Era una intuición, hoy es mi profesión. Mi profesión de fe. El hombre es capaz de posar su pie en la Luna; por lo tanto, también es capaz de amar a su hermano. Son dos aventuras inmensas. Para eso sirve el periodismo católico: para relatarlas, para tender puentes entre el abismo de los planetas y de los corazones.