Gracias a Dios este domingo 16 de julio de 2017 llegamos a cumplir nuestro veintidós aniversario de circular sin interrupción, semana a semana, con el compromiso innegociable y absolutamente firme de hacer de la fe católica una cultura. Es decir: un modo de ser en el mundo.
La lista de nuestros amigos y bienhechores es amplísima. Nombrarlos sería tanto como ocupar las páginas completas de esta edición de aniversario. Ellas y ellos saben lo mucho que les debemos. Por lo demás, hemos tratado de mantener la misma ilusión de mejorar que tuvimos en 1995, cuando salimos a la calle por vez primera. Esa es nuestra mejor carta de presentación y nuestro mejor aliado para el futuro.
Un hermano de la familia de El Observador de la Actualidad circula ya en la comunidad hispana de Estados Unidos. Se llama El Despertador Hispano. Tiene la misma esencia: salir del gueto, meternos de lleno al debate publico, contribuir a lograr el entendimiento, la solidaridad y el conocimiento del magisterio de la Iglesia católica.
Cuando iniciamos esta aventura jamás pensamos que íbamos a entrar en Dallas, en Denver, en Las Vegas; que íbamos a tener 600,000 seguidores en redes sociales; que íbamos a lograr un alcance de 12 millones de internautas semanales… Que estaríamos en Campeche, en Orizaba, en Mexicali, en Tijuana… Ni lo pensamos ni lo soñamos.
Ha sido obra del amor de Dios que nunca, nunca, nos ha dejado tirados; que jamás ha retirado su mano generosa de este grupo de «siervos inútiles» a los que les encomendó la tarea del periodismo católico, y que saltaron al ruedo sin saber cómo iban a salir los toros por la puerta de toriles.
Ingratos seríamos si nos quejáramos de quienes no nos han considerado como una lectura útil y significativa. Ellos sabrán por qué y, seguramente, tendrán razón. Hemos conseguido lo que hemos conseguido con trabajo. Pero, sobre todo, por la infinita misericordia de Dios. Nos falta mucho por hacer, años de madurar en nuestros productos de comunicación, para ofrecerle a Él la obra que nos ha pedido, que nos pide, a tiempo y a destiempo.
Es bellísimo seguir la huella de Cristo en el periodismo, en la vida cotidiana, en cada profesión o en cada trabajo que emprendemos. También es enormemente complicado, y más en un mundo cuya narrativa es el desprecio por lo sólido y el aprecio por lo inmediato, por lo que no dura, por lo que no requiere esfuerzo, silencio, trabajo y sacrificio.
Hoy nuestra oración y nuestra acción de gracias se eleva hasta el cielo para pedirle a María Santísima, en su advocación de Nuestra Señora del Carmen, que si nacimos bajo su amparo un 16 de julio, bajo su amparo nos acogemos para que nos libre de la peligrosísima tentación de creernos «buenos» y detener el paso.
Nada de eso: el periodismo católico requiere acciones decisivas, que derroten la desesperanza. Contra «los heraldos negros» que nos manda la cultura de la muerte, la alegría del Evangelio seguirá siendo –hasta donde alcancen las fuerzas— nuestra brújula, nuestro rumbo y nuestra formar de agradecerle a Dios el inusitado asombro de vivir.
Maité Urquiza / Jaime Septién
Publicado en El Observador de la actualidad