A 500 años

El domingo 6 de mayo de 1518 se celebró la primera Misa en lo que actualmente ocupa el territorio mexicano.  Fue en las costas de Quintana Roo, durante la expedición de Grijalva.  Hay quien se disputa el lugar.  No es lo importante.  Lo que sí importa es la pregunta: ¿en medio milenio le hemos abierto las puertas a Cristo?

Sí, somos el segundo país con mayor número de católicos del mundo; la veneración a María de Guadalupe es avasalladora.  Sí, conservamos un tesoro en la religiosidad popular.  Nuestras ciudades patrimonio cultural de la humanidad están fincadas en el legado monumental y religioso del virreinato, etcétera. También somos el país que no está en guerra con mayor número de homicidios dolosos; el más peligroso para los sacerdotes, los periodistas; donde 82 por ciento de las mujeres se siente inseguras al salir a la calle; líderes mundiales en hostigamiento escolar…

La conquista espiritual del siglo XVI, principalmente de la mano de las órdenes mendicantes, fue una gesta que no ha tenido comparación en todo el mundo.  Cierto, el basamento indígena mexicano tenía todos los elementos para asimilar a Jesús y a su Madre (en la advocación de Guadalupe).  Pero tal herencia se ha olvidado, se ha hecho a un lado, se ha ridiculizado.

La historia oficial habla de México a partir de 1810.  No es cierto.  México hunde sus raíces en el pasado indígena y en la conquista espiritual española.  Octavio Paz subrayaba que mientras esos dos mundos no estuvieran conciliadas, íbamos a vagar por un laberinto, solitarios, buscando nuestro rostro inexistente, inventando uno, copiando al norte o al sur, pero nunca al centro de lo mexicano.

Con las elecciones encima, es un buen momento para recordar nuestras raíces indígenas y católicas.  Aunar, como lo dijo san Juan Pablo II, memoria con identidad.  Eso somos.  No otra cosa: ni marxistas trasnochados ni liberales salvajes.

Publicado en El Observador de la actualidad