Pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Esta frase popular tiene un significado profundo. Sobre todo, cuando un pueblo conoce solamente la historia oficial, los héroes de cartón-piedra que se nos pintan con todas las virtudes y los villanos que encarnan la maldad en estado puro.
Este 19 de junio se cumplen 152 años del fusilamiento de Maximiliano en el Cerro de las Campanas. Hay que asomarse al acontecimiento desde “el otro lado” de la historia que nos han contado. No para santificarlo, sino para presentarlo en su dimensión humana, y para mostrar cómo el juicio que lo llevó al paredón fue todo menos un juicio correcto. Como señaló la filósofa judía Hannah Arendt sobre el juicio de Adolf Eichmann en Israel, el de Maximiliano fue una farsa montada –para mayor claridad—en un teatro (el Gran Teatro Iturbide de Querétaro) al que ni siquiera asistió como espectador o como inculpado.
Se sabía que la suerte estaba echada. La presión del vecino del norte –como ahora mismo—fue decisiva: Estados Unidos no quería que Francia u otra potencia dominara México. También quería doblegar al catolicismo. Lejos de unir y construir, nuestra práctica ha sido (sigue siendo) dividir y descartar. De ahí nuestra debilidad ante las amenazas externas, sea la guerra de los pasteles o la de los aranceles.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 16 de junio de 2019 No.1249