«Que la Iglesia persiguió a Sor Juana, es un gran embuste»

Sor Juana Inés de la Cruz, la monja jerónima, comienza apenas hoy –a 316 años de su muerte, ocurrida el 17 de abril de 1695—a ser reconocida en su veta religiosa; al grado tal que ha habido ya voces que se suman a la posibilidad de ver abierta su causa. Mientras esto madura, el investigador, ensayista y poeta Alejandro Soriano Vallés (1960) se dedica a reconstruir la biografía de Sor Juana, poniendo énfasis en el aspecto religioso de «la Décima Musa».

Sus dos últimos textos, La hora más bella (CNCA, 2008) y La doncella del verbo (Garabatos, 2010) enseñan la «verdad oculta» de Sor Juana: su deseo –como religiosa y como mujer de fe—de lograr la santidad.

¿Cómo se ha construido la «leyenda negra» de la conjura eclesiástica contra Sor Juana Inés de la Cruz?

Sor Juana es un personaje principal de la historia de México. Desde principios del siglo XX, su figura se volvió seductora para gente de muy diversos credos. Han ido apareciendo, así, muchas «Sor Juanas». No obstante, es fácil apreciar que tales «Sor Juanas» son, en realidad, productos de las ideologías de los diversos autores que las han engendrado.

Una mentira repetida mil veces dicen que se convierte en una verdad…

Cuando, con apego al método histórico (que exige respeto y sumisión a la totalidad de las pruebas), se revisa la verdadera historia de Sor Juana, resultan evidentes los fantaseos y deformaciones (en múltiples ocasiones, voluntarios) a que las doctrinas han llevado.

¿En qué consiste, básicamente, esa deformación?

De modo general (porque ha surgido de la animadversión a la Iglesia), asegura que la madre Juana, en «desacuerdo» con la civilización católica a que pertenecía y buscando la «independencia» intelectual y artística, se habría «rebelado» contra ella, motivo por el cual la Iglesia la «hostigó» y «sometió». Varios investigadores, sin embargo, hemos venido sosteniendo, con pruebas, que Sor Juana no sólo fue una gran escritora, sino una magnífica cristiana a la que la Iglesia favoreció.

Pareciera ser que hasta a Sor Juana les han robado a los católicos…

Actualmente, existe una abierta oposición a que se estudie la vida religiosa de Sor Juana. Como si no hubiera sido monja, ni vivido casi toda su existencia en un convento, ni compuesto infinidad de obras devotas, algunos críticos modernos quieren reducir los estudios sorjuanistas a un aspecto «laico». Sin embargo, es clarísimo que Juana Inés se hizo monja porque tenía la vocación.

¿Hay algún documento de la época que señale que Sor Juana fue «perseguida» por la Iglesia para que dejara los libros, la poesía, el pensamiento y se pusiera a hacer vida de oración?

No existe ningún papel que señale semejante cosa. La crítica anticatólica habló hace unos quince años de un «proceso secreto» de la Iglesia contra ella, pero jamás presentó las pruebas. Se trató de una cortina de humo. El cien por cien de los documentos de la época (varios de ellos notariales, lo que les da aún mayor peso) dice exactamente lo contrario: que Sor Juana, en determinado momento y por su propia voluntad, cedió sus libros (o el dinero de la venta de los mismos) al arzobispo de México para que hiciera caridad. También refiere cómo se apartó discrecionalmente de los estudios deseando llevar una vida de mayor intimidad con Dios. La investigación histórica rigurosa acredita que la extendida leyenda negra según la cual a la madre Juana Inés la «persiguió» la Iglesia es un gran embuste.

¿De dónde sale tanta inquina?

Del poder del dinero, que hace que libros que difaman a Sor Juana y a sus contemporáneos se distribuyan extensamente, sumado a grandes campañas publicitarias, y a intereses particulares de quienes los escriben, imprimen y promocionan; poder e intereses que han hecho dudar incluso a los hermanos en la fe de la madre Juana. Me gustaría hacer saber a éstos que hace unos meses publicamos la Protesta de la fe de Sor Juana. Se trata de un texto salido de la pluma de la monja poco antes de morir. En él ratificó, firmándolo con sangre, tanto su fe católica como sus votos monásticos. Ahí expresa, sin vacilaciones, su anhelo de ser santa. Es (o debería ser) el anhelo de todo católico.