«En los momentos críticos es cuando el Evangelio muestra su riqueza»

Fray José Raúl Vera López OP, obispo de Saltillo, vive siempre al filo de la navaja. Los marginados, los excluidos, los explotados son la misión de este dominico guanajuatense (Acámbaro, 21 de junio de 1945), ingeniero químico por la UNAM y teólogo por la Universidad de Santo Tomás en Roma.

Nombrado obispo de Ciudad Altamirano (1987) por Juan Pablo II, luego fue a San Cristóbal de las Casas, como coadjutor de monseñor Samuel Ruíz (1995). De estas dos realidades tomó experiencia, vuelo, ganas de enterarse de los olvidados. El 30 de diciembre de 1999, el propio Juan Pablo II lo movió como titular de la diócesis saltillense. Once años de batallas mediáticas por llevar a cabo su tarea: «aceptar lo que el Espíritu hoy le pide a la Iglesia».

¿De dónde sale tanto choque?

El proyecto del Reino es un proyecto de seres humanos. En la diócesis de Saltillo hemos seguido con toda atención las voces, los clamores de los sectores más vulnerados, desprotegidos y excluidos de la sociedad: los mineros del Carbón, los migrantes, los familiares de los desaparecidos, los homosexuales…

Estos últimos son los que le han generado numerosas críticas, ¿no es así?

Porque no se entiende la solidaridad. La falta de solidaridad es la constante de nuestro mundo. Pero quiero dejar muy en claro que el referente de los que sufren es aquello que nos obliga a ser Iglesia. Jesús está entre los pobres, los excluidos, los desplazados. Y la Iglesia ha hecho una opción preferencial por los pobres, por los excluidos, los desplazados.

Su nuevo Plan de Pastoral va a todos…

Y todos llevamos las cargas. No es vino nuevo en odres viejos. Para entrar en sintonía con Jesús hay que tener una mentalidad y un corazón nuevos. Jesús acoge a todos. Nuestra obligación es llamar a todos al seno de Jesús.

¿No se siente usado algunas veces?

Entender al mundo desde la perspectiva de los más abandonados es entender a los hombres. Para mí, el servicio es estar en la verdad de los desposeídos. Renunciar a acercarse a ellos es la pobreza de muchos de nuestros gobernantes.

¿La de usted es opción preferencial u opción exclusiva?

Cuando Jesús nos dice «miren a los pobres» lo que nos dice es que si hay alguien que carezca de lo necesario nuestra sociedad está mal organizada. Los bienes tienen un destino universal. La propiedad tiene una hipoteca social. Yo lo que hago es recordarlo a cada rato.

La crisis arrecia…

En los momentos críticos es cuando el Evangelio muestra su riqueza. Cumplir con el Evangelio es no esconderse y así dejar de colaborar en el cambio de estructuras que son absolutamente injustas.

Se le acusa de ser un obispo muy radical…

Porque soy y seguiré siendo un apasionado del cristianismo. Para mí es un pecado que la Iglesia no se organice como Iglesia para enfrentar la injusticia. Todos son personas y el cristianismo nos invita a amarlos a todos, en especial, como con la comunidad lésbico gay, aquellos a los que nos han hecho creer que «no se lo merecen».

¿Y en su diócesis quiénes son?

Los mineros, los migrantes, las familias de los desaparecidos, los homosexuales… todos los que la comunidad tiene una «excusa» para no atenderlos, una calificación despectiva, una mueca de horror. Repito: es nuestra identidad cristiana la que está en juego.

Dicen que cuando se mete con los homosexuales no sabe con quién se mete… ¿o sí lo sabe?

La Iglesia católica sabe muy bien el papel de la sexualidad en la vida del hombre. No nos salimos de la riqueza de la fe: actuamos desde la fe. Mi opción es fuerte. Entiendo la plenitud de la persona y tengo que ayudarla con el Evangelio en la mano, en el corazón. No es la comodidad, es la fuerza de la Iglesia la que me impulsa.

Dígame tres cosas que le preocupen que crean de usted…

Que yo impulso la degradación de los homosexuales; que intento hundir a los hundidos, que tengo otras intenciones diferentes al amor de Dios. Yo hablo a la dignidad de los necesitados. Como bien dijo el Papa Benedicto XVI, refiriéndose al «buen samaritano»: toda persona en necesidad es mi prójimo. No hay que darle más vueltas.