Podemos ser la paz

La Jornada Mundial de Ayuno y Oración por la Paz, convocada por Francisco para el viernes 23 de febrero, nos interpela, ese día y ojalá en adelante, a ser protagonistas de un mundo de paz.

Frente al panorama de guerra, violencia, tráfico de personas, drogas, armas, niños explotados, mujeres maltratadas, ancianos abandonados, hambre, terrorismo, persecución religiosa y deterioro ambiental, amenaza nuclear y calentamiento global, pareciera que la paz solo es posible si los políticos cambian.

Podemos quedarnos sentados a esperar. No va a pasar nada. O, más bien, sí: que las cosas irán a peor. ¿Entonces? ¿No hay salida? Desde luego que la hay. Y está en nosotros, por más sencilla que sea nuestra posición en la familia, en la escuela, en la casa, en el trabajo…

Se trata de comenzar a practicar lo que llamo –con el padre Georges Chevrot— la pequeña virtud doméstica y ciudadana primaria: la cortesía. La paz no comienza con un tratado en Versalles o en Yalta. Tampoco con un acuerdo en la ONU o con los «cascos azules» en zonas de conflicto. Empieza en el corazón de cada uno. En su conversión. ¿Convertirse en «otro»? No. Convertirse «a los otros». Pensar en su bien y actuar por el bien común.

El ayuno y la oración son herramientas universales para empezar a comprender al otro, para interiorizarnos en su dolor y, sobre todo, para vencer el apetito de mandar sobre él. Eso es la cortesía. Virtud pequeña, casi invisible, que suele confundirse con ser obsequioso o zalamero (quizá para no practicarla), pero que, en el fondo, es la que desata las demás virtudes. Sobre todo, desata la paz entre los hombres. ¿Saben por qué? Porque quien es cortés es humilde, pacífico, manso de corazón. Como Jesús.

Publicado en El Observador de la actualidad