Telegrama de Juan Pablo II

 La apoteosis de las reliquias del beato Juan Pablo II, recorriendo el país, llega a su recta final. Este 12 de diciembre se junta su visita con la celebración a Santa María de Guadalupe en Querétaro: ¿coincidencia? Por supuesto que no. Es desde el centro de México desde donde estamos obligados, como Iglesia y como sociedad, a propiciar el difrasismo náhuatl cuyo significado literal es

«rostro y corazón» –in ixtli in yolotl— que simboliza el concepto de «personalidad», lo que es exclusivo del hombre, o de «identidad»: lo que es propio de una nación. 

Querétaro es cruce de caminos de México. En 1531 –año de las apariciones— se levantó la primera iglesia en el cerro del Sangremal. En 1680 se erigió el templo de la Congregación, segundo santuario guadalupano en importancia del país y que hizo que Sigüenza y Góngora escribiera sus Glorias de Querétaro, en el que saludaba el acontecimiento, como una muestra de la presencia de María de Guadalupe en la vida de México. 

La confluencia de las reliquias y Guadalupe dan a Querétaro la misión de asumir lo que expresó en un telegrama Juan Pablo II el 30 de enero de 1979, cuando sobrevolaba el cielo del Bajío… Después de recordar que él quería visitar estas tierras (sin duda pensando en el martirio de «la Cristiada») y que las «circunstancias» no se lo habían permitido, exhortó a queretanos y guanajuatenses a «permanecer fieles en vuestra fe, a amar a Cristo y a la Iglesia, en íntima unión con vuestros pastores». 

Hoy lo vuelve a hacer. Nos convoca a redescubrir el valor de la fe, del amor, del perdón y, sobre todo, de la unidad. Juntos, pueblo fiel y pastores, debemos darle futuro a México. Ésa es la fuerza de la Iglesia. Y, desde luego, Santa María de Guadalupe, «felicidad de México». 

Saludo al Bajío 

30 de enero de 1979 

En el momento en que sobrevuelo el territorio de León, para dirigirme hacia Guadalajara, en mi viaje Apostólico, envío mi recuerdo y saludo más cordiales al Pastor de la Iglesia de León, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y pueblo fiel leonés y del Bajío. 

Muy gustoso habría hecho una visita a vuestra querida tierra, a vosotros, pero las circunstancias no me lo han permitido. 

Os exhorto a permanecer fieles en vuestra fe, a amar a Cristo y a la Iglesia, en íntima unión con vuestros pastores, junto con una oración por vosotros, especialmente para los enfermos y los que sufren, os mando como prueba de gran afecto una especial bendición, agradeciendo vuestro afecto al Papa y vuestra fidelidad al Señor. 

Que Dios os acompañe siempre.