Uso el título remedando un capítulo de Confesiones de un Pequeño Filósofo del español Azorín. En él hace un resumen de su infancia provinciana y condensa, en tres frases, en tres cofrecillos guardados con celo, la mentalidad de los mayores de su pueblo: “¡Es ya tarde!”, “¡Qué le vamos a hacer!” y “Ahora se tenía que morir!”
Cuando mi nieta Valentina crezca y tenga la edad de hacer recuerdos (apenas cumple un mes de nacida), ¿cuáles serán sus tres cofrecillos donde guardará la memoria de lo que decimos hoy los mayores? Hago un ejercicio de reflexión y pienso que Valentina recordará estas tres frases: “¡Está difícil!”, “¡No se vale!” y “¿Ya para qué?”
Esos tres recursos empozan toda nuestro desaliento. Pero, un momento: ¿usted quisiera que su nieta recordara su infancia así? Quizá no los tenga, pero tendrá sobrinos y sobrinas, hijos pequeños, amigos que tienen hijos, etcétera. Estoy seguro de que se revolverá en su sillón y dirá que no, que no le gustaría dar ese ejemplo triste, decaído y amargo. A mí tampoco.
¿Qué hizo Azorín con los recuerdos? ¿Los siguió usando como escudo? Nada de eso. Se propuso escribir, viajar por los pueblos de España, amar a su gente. Y recuperar el espíritu de su raza. ¿Y nosotros? Le propongo un cambio radical para que guarden en tres cofrecillos las nuevas generaciones otro rostro de México: “¡Vamos a superar esto entre todos¡”, “¡También yo soy responsable!” y “¡Claro que se puede!” Hombre, ya sé que estoy descubriendo el agua tibia. Pero, dicen lo sabios, las palabras cuentan. Y abren caminos.
Publicado en El Observador de la actualidad No. 1128