Me ocurrió en una librería de ocasión. Es una cosa pequeña, pero creo que de importante reflexión. Revisando las ofertas de libros viejos o usados, me encontré con un librito de la colección que en 1975 sacó el Metro de la Ciudad de México. El título Rebeliones indígenas de la Nueva España de Vicente Casarrubias.
Llevaba prisa y no me percaté del sello que tenía en interiores. O quizá sí alcancé a vislumbrarlo y pensé que sería de alguna librería antigua. Al llegar a casa y enterarme con calma del contenido, me encontré con la sorpresa de que los sellos interiores correspondían a la biblioteca del Seminario Conciliar de Querétaro.
Alguien lo obtuvo en préstamo. Se lo quedó y luego lo vendió a una librería de usado. La ganancia –la que haya sido—se obtuvo con un bien de la Iglesia. Por supuesto que yo lo llevaré al Seminario (aunque el librito me interesó) para reponer el robo de otro. Pero, ¿cuántos no lo hicieron con bienes en custodia durante la persecución religiosa de México?
Muchas fortunas se hicieron vendiendo a coleccionistas sin escrúpulos objetos sagrados, cuadros, esculturas y ropajes propios de la Iglesia mexicana que, para no caer en manos de la soldadesca, se dieron al cuidado de “buenas familias”. La mayoría resultaron buenas. Pero otras… “Lo caido, caido”, dicen que decía el ranchero. Y aquí se esconde una verso satánico: porque si “lo caido” es de la Iglesia, “pus ni quién reclame”.
Publicado en la versión impresa de El Observador de la actualidad