En un libro, no me acuerdo en cuál, o en una de sus obras de teatro, Jean-Paul Sartre, burlándose del sistema de la mercadotecnia y de la publicidad que nos absorbe en Occidente, decía que el nuevo eslogan para desaparecer a la pobreza con una especie de pase mágico, era decirles a los pobres que no eran pobres, sino ricos que habían tenido mala suerte…
Y en su exuberante ensayo El Ser y la Nada, dijo, de forma muy serie, que la sociedad escoge a quienes van a pasar hambre. Desde luego, no los escoge deliberadamente, sino que les da un “tratamiento adecuado”, promoviendo para ellos toneladas de “buenos sentimientos”. Hasta a donde a mí me alcanza la memoria, no encuentro a nadie que haya logrado llenar su barriga o haya gozado de buena salud, o haya obtenido un título de educación básica, recibiendo sonoras palmaditas en la espalda.
Quiero robarles unos minutos de su tiempo, para reflexionar juntos sobre las razones y las pasiones que nos deberían mover en los bancos de alimentos, y en todas las organizaciones sociales dedicadas al bien común, para superar el insulto contra la dignidad del pobre que significa darle sonoras palmaditas en la espalda, y decirle, con voz enternecida por el bad felling de verlo ahí, postrado ante la necesidad, “que te vaya bonito”.
Desde un principio quiero dejar asentada la tesis de la que parte todo el movimiento de los Banco de Alimentos en el mundo y en México: es posible acabar con el hambre porque en nuestro medio (en el mundo, en México, en Córdoba), sobra más alimento del que falta. Es una tesis sencilla, lo sé, pero perfectamente justificable (y, también, perfectamente extrapolable a otros modos de acción como, por ejemplo, en la obra de caridad “vestir al desnudo”).
Los bancos de alimentos son “un puente entre la abundancia y la carencia”. Esto quiere decir, simple y llanamente, que son los que recogen, procesan y distribuyen la riqueza alimentaria en desuso para quienes más la necesitan. Dije “riqueza en desuso” y es la verdad.
Voy a dar unos cuantos números.
Cada año se desperdician en el mundo 1,300 millones de toneladas de alimentos y mueren 25 mil personas diarias de hambre. “Pero eso ha de ser en África”, dicen algunos escépticos. Bien, en México mueren cada día 26 personas de hambre (9,500 al año; una cada hora). Hay 12 millones de mexicanos que no pueden comer una vez a la semana y se desperdician, diariamente, 31 mil toneladas de alimento, de “riqueza” que dejamos ir. O, si se quiere, 10 millones de toneladas de comida útil cada año.
Anualmente, se desperdicia 37 por ciento de la producción agropecuaria de México; esto es,10 millones de kilos de granos, carnes, frutas y verduras. 60 por ciento de los alimentos que hay en disponibilidad para nuestra gente no llegan a la mesa. Se “pierden” en el camino; se tiran, se destruyen o se reciclan para el ganado; para los puercos, las gallinas, las vacas.
De las aproximadamente 2.5 millones de familias mexicanas que la Cruzada Nacional Contra el Hambre detectó que padecen “carencia alimentaria”, eufemismo para no decir “pasan hambre”, con el puro desperdicio del mercado podrían comer mejor que cualquiera de nuestras familias. Se les podría dar semanalmente 3.5 kilos de papa, 2.6 kilos de cebolla, 5 kilos de jitomate, 7 kilos de carne de pollo, 3.6 kilos de carne de puerco y 4.2 kilos de carne de res.
Además podrían tener buenísima fruta pues los mexicanos desperdiciamos 57.7 por ciento de la producción anual de guayaba y 54.5 por ciento de la producción de mango. Además, por si fuera poco, también desperdiciamos 46 por ciento del arroz; 40 por ciento de carne de res y 37 por ciento de leche.
¿Escasez? ¿Alguien dijo escasez? Si hay una mentira perfectamente tejida por las grandes fuerzas del mercado es ésta. Francamente no recuerdo dónde leí este dato, pero se me quedó grabado: de 1950 a 2000 la población mundial creció 2.7 veces. ¿Es mucho? Sí, lo es. Pero la producción alimentaria creció 7 veces. El problema mayor no es la escasez, tampoco la sobrepoblación o el consumo desmedido de comida por los gorditos. El problema tiene una sola palabra para definirlo: egoísmo.
Dicho de otra manera: alimento hay, y de sobra; lo que falta es el sentido más elemental de justicia (distributiva). No se le da la comida que sobra a quien la necesita con urgencia –para no morir–, sino que se atiende a aquél verso satánico que alguna vez apareció en la Central de Abastos de México: “más vale bien podrido que mal vendido”.
Pero, ojo, no caigamos en el error de estigmatizarnos a nosotros, a quienes tenemos la capacidad económica de consumir una alimentación variada, sana y sustanciosa. Es la actitud más tonta que existe. Tan tonta como echarle la culpa al gobierno de que las cosas estén de la pedrada, o al cometa, o al cambio de uso horario. Bien nos haría educarnos en la sobriedad. Un ayuno de vez en cuando limpia los sentidos. Un trozo de carne menos, un bolillo que se quede sin nata untada van bien para el colesterol o los triglicéridos…
Pero no somos –ni con mucho—los causantes de este terrorífico ambiente mundial, nacional y local (porque aquí también se desperdicia alimento por toneladas métricas). La mayor parte de las pérdidas está desde la fase de comercialización hacia atrás, hacia la producción.
Es ahí donde se sitúan los bancos de alimentos. No satanizando al productor, al comercializador o al vendedor. Tampoco diciéndole al gobierno “quítate tú para mandar yo”. Nuestra labor va mucho más allá de la protesta, el insulto (que ganas, a veces, no faltan) o la violencia. En una frase: nuestra misión es sembrar la paz con justicia que reclama nuestra sociedad, nuestra historia, nuestra gente. Es decir, los bancos son actores de la lucha contra la subcultura del desperdicio en camino de producir una cultura arraigada del aprovechamiento total de la riqueza alimentaria.
Voy a hacer un pequeño ejercicio para delimitar cómo anda Córdoba en cuestión de hambre.
Según el Censo de 2010, Córdoba tenía 196, 541 habitantes. Aplicando la misma tasa de crecimiento que se dio entre 2000 y 2010, en este año 2016, andará por los 205,000 habitantes. Vamos a cerrarlo en 200,000 para que el ejercicio sea más fácilmente realizable. De ellos, 46 % se encuentran en pobreza y 8 por ciento en pobreza extrema. Quedémonos con ese 8 por ciento, para empezar. Estamos hablando de 16,000 personas. El Banco de Alimentos de Córdoba atiende a un promedio de 1,500 personas al mes. Queda un área de oportunidad de 88 por ciento del total de la población que pasa hambre en nuestro entorno. Y mucho más para hacer frente a las carencias sociales que 78 de cada 100 cordobeses sufren.
II
La segunda parte de esta presentación es algo que debe estar –casi físicamente—en cualquier emprendimiento como el que nos une en esta noche. Se trata de la pasión.
Créanme que este asunto casi nunca, por no decir nunca, se plantea cuando decidimos llevar a cabo una obra altruista. Nos damos por bien servidos siendo “buenos”. Creemos que nuestra misión termina si nos desmarcamos de la apatía que nos rodea y vamos, una vez al mes, a la junta del consejo directivo o a ver, por ahí, cómo son los pobres, las casas de los pobres, las tortillas duras de la mesa de los pobres…
Si mucho me apuran, el ingrediente principal de un banco de alimentos –de una organización que quiere combinar un buen plan de vuelo con un excelente tren de aterrizaje, como decía Mounier que deberíamos fabricar nuestra acción social– no es la eficiencia ni la capacidad de movilizar toneladas de verduras: es el amor por el otro. Por ese amor somos capaces de muchas cosas que no haríamos por la paga o por salir en la página de sociales del periódico local. Por ese amor hacemos lo más complicado de nuestra vida adulta: salir de la zona de confort que nos envuelve y muchas ocasiones nos aturde (o hacemos como que nos aturde).
Para participar en un banco de alimentos tenemos que hacer un alto en nuestro camino. Hacernos la pregunta esencial: ¿sirvo yo para esto? La respuesta no es de las que se dan “de bote-pronto”. Debemos buscar silenciosamente –con la discreción del que se interna en el desierto– la verdadera magnitud de nuestro compromiso. Esto es algo muy serio, porque el hambre es una injusticia que clama al cielo. Ni es cuestión religiosa ni política. Es humanidad pura y madura.
Un viejo proverbio de la ciencia griega decía que el sujeto que conoce acaba por parecerse al objeto conocido. ¿Cómo vamos a conocer la necesidad desde el confort y la comodidad de dar lo que nos sobra? ¿Qué semejanza con la herida del hambre en el corazón de una familia pobre podríamos alcanzar atiborrándonos de puras “fiestas de caridad”? Perdonen la franqueza: esto es para quienes quieren dejar a un lado la estrategia calculadora y pretenden meterse en el fango de su propia miseria. “Misericordia”, etimológicamente, quiere decir abrir el corazón del miserable. Pero el miserable no es el pobre: es el que se siente por encima del que sufre. Y lo justifica, jugando a ser “bueno”.
Ahora bien. No esperemos a que lleguen las soluciones del gobierno o de los grandes consorcios comerciales. No me quiero meter en política ni en economía, pero su lógica es otra muy diferente: unos quieren ganar votos; los otros ganar clientes. La idea es que hagamos lo que tenemos que hacer sin esperar la solución desde afuera, desde “arriba”, desde los que “pueden” porque “tienen” mucho… Dicho de otra manera: hagamos comunidad, construyamos el “nosotros”, el “yo-tú” que es el verdadero –y único—sentido de los bancos de alimentos, sin esperar al fin de los tiempos o que –como comentaba mi padre en son de broma— se nos muera el burro justo cuando estaba aprendiendo a trabajar sin comer.
Las donaciones son buenas si llevan impreso el sello de la dignidad humana en sus productos; si van pesadas y tasadas por lo que Emmanuel Levinàs llamaba “el humanismo del otro hombre”, en este caso, del consumidor final de nuestros esfuerzos y de los alimentos que nos llegan a los bancos.
Es relativamente sencillo hablar de humanismo cuando se trata de mí. Es complicadísimo hablar de humanismo cuando se trata del otro. Más aún, del otro en estado de necesidad extrema. A ése hay que echarle de comer. Y que me dé las gracias…
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Lamento mucho si herí almitas delicadas. El primer dardo me lo dirijo a mí. Y me digo que no podemos seguir intentando hacer bancos de alimentos si no imitamos la pasión, el ardor y la fe de Cristo y hoy –hoy—de su Vicario en la Tierra: el Papa Francisco. Si no nos aventamos al ruedo –como el mismo Papa lo dice—con la “sana dosis de inconciencia” con que Dios le dotó a él y nos ha dotado a nosotros, para emprender micro utopías; para revelar macro rezagos, para enfrentar mega realidades como quijotes frente a los molinos de viento, que mueven sus aspas amenazadores, aduciendo, por obra del mago encantador que es el mercado, que son brazos de gigante.
El Banco de Alimentos de Córdoba, como una gran parte de las organizaciones que ustedes representan, es un movimiento que nació con esa “sana dosis” de inconciencia, pero que ya superó la primera y terrible etapa de la desesperación del primer año. ¡Claro que se van a sentir solos! Pero no están solos. Poco a poco, la red de Bancos de Alimentos de México los irá cobijando. Pero, lo más importante, poco a poco la sociedad de Córdoba los irá acompañando. Y Dios, que ve con mirada de misericordia lo que hacemos –por amor—a cada una de sus criaturas, las más pequeñas de todas…
Ahora mismo, Banco de Alimentos de Córdoba necesita dos cámaras frías para guardar, en condiciones de higiene, dignidad e inocuidad alimentaria, las donaciones que ya tienen pactadas. El calor y la humedad en Córdoba hacen necesarias esas cámaras. Y el resultado será, bíblicamente, 1500 por cien, para quienes alcen la mano y digan “yo”. Porque los valores nos son nada si no hay alguien que diga “yo”, pensaba Kierkegaard, y lo suscribe cualquiera de ustedes. Son 150,000 pesos para dar el siguiente paso. ¿A poco no puede salir de esta asamblea?
Termino con una anécdota:
“Un gran rabino a quien preguntaban: ‘Por qué si la cigüeña, en hebreo, fue llamada Hassida (Piadosa) porque amaba a los suyos, está situada, sin embargo, en la categoría de las aves impuras?’ Respondió: ¿Por qué solo dispensa su amor a los suyos.”
Si nosotros solamente dispensamos el amor a los nuestros, ¿qué mérito tenemos? No sé si seamos catalogables entre los “impuros” como la cigüeña entre los judíos. Pero sí sé, y se los digo con todo el cariño del mundo, que no servimos para esta empresa maravillosa y libérrima de dar de comer al hambriento, vestir al desnudo….
Si pedimos dinero, alimentos, “riqueza en desuso” es porque sabemos que estamos devolviendo una nueva amistad, una nueva fraternidad, una nueva hermandad entre las mujeres y los hombres de esta gran nación, de este terruño de los 30 Caballeros. Se trata, pues, de construir capital social. De construir paz. De hacer, con nuestra vida, una oración por los más pobres. Por los preferidos del reino.
Se trata de recuperar el sabor solar de la palabra solidaridad.
Muchas gracias
Por Jaime Septién
PRESIDENTE DEL CONSEJO DIRECTIVO DEL BANCO DE ALIMENTOS DE QUERÉTARO
VICEPRESIDENTE DE LA REGIÓN CENTRO-BAJÍO DE BAMX
PERIODISTA
CÓRDOBA, VERACRUZ. 25 DE MAYO DE 2016.