Desde un principio quiero dejar asentada la tesis de esta primera parte de la presentación: es posible acabar con el hambre porque en nuestro medio sobra más alimento del que falta. Es una tesis sencilla, lo sé, pero perfectamente justificable. Eso es lo que voy a tratar de hacer en los siguientes minutos al hablar de la
RAZÓN DE LOS BANCOS DE ALIMENTOS
Los bancos de alimentos son “un puente entre la abundancia y la carencia”. Esto quiere decir, simple y llanamente, que son los que recogen, procesan y distribuyen la riqueza alimentaria en desuso para quienes más la necesitan. Dije “riqueza en desuso” y es la verdad.
Voy a dar unos cuantos números.
Cada año se desperdician en el mundo 1,300 millones de toneladas de alimentos y mueren 25 mil personas diarias de hambre. “Pero eso ha de ser en África”, dicen algunos escépticos. Bien, en México mueren cada día 26 personas de hambre (9,500 al año; una cada hora). Hay 12 millones de mexicanos que no pueden comer una vez a la semana y se desperdician, diariamente, 31 mil toneladas de alimento, de “riqueza” que dejamos ir.
Anualmente se desperdicia el 37 por ciento de la producción agropecuaria de México; esto es,10 millones de kilos de granos, carnes, frutas y verduras. 60 por ciento de los alimentos que hay en disponibilidad para nuestra gente no llegan a la mesa. Se “pierden” en el camino; se tiran, se destruyen o se reciclan para el ganado; para los puercos, las gallinas, las vacas.
De las aproximadamente 2.5 millones de familias mexicanas que la Cruzada Nacional Contra el Hambre detectó que padecen “carencia alimentaria”, eufemismo para no decir “pasan hambre”, con el puro desperdicio del mercado podrían comer mejor que cualquiera de nuestras familias. Se les podría dar semanalmente 3.5 kilos de papa, 2.6 kilos de cebolla, 5 kilos de jitomate, 7 kilos de carne de pollo, 3.6 kilos de carne de puerco y 4.2 kilos de carne de res.
Además podrían tener buenísima fruta pues los mexicanos desperdiciamos 57.7 por ciento de la producción anual de guayaba y 54.5 por ciento de la producción de mango. Además, por si fuera poco, también desperdiciamos 46 por ciento del arroz; 40 por ciento de carne de res y 37 por ciento de leche.
¿Escasez? ¿Alguien dijo escasez? Si hay una mentira perfectamente tejida por las grandes fuerzas del mercado es ésta. Francamente no recuerdo dónde leí este dato, pero se me quedó grabado: de 1950 a 2000 la población mundial creció 2.7 veces. ¿Es mucho? Sí, lo es. Pero la producción alimentaria creció 7 veces. El problema mayor no es la escasez, tampoco la sobrepoblación o el consumo desmedido de comida por los gorditos. El problema tiene una sola palabra para definirlo: egoísmo.
Dicho de otra manera: alimento hay, y de sobra; lo que falta es el sentido más elemental de justicia (distributiva). No se le da la comida a quien, la necesita sino a los que la podemos pagar. A los que nos tomamos la atribución de dejar al hermano sin comer, porque fuimos a “la Cómer” a avituallarnos “porque tenemos el dinero para pagar”.
Pero, ojo, no caigamos en el error de estigmatizar a quienes consumen alimentos. Bien nos haría educarnos en la sobriedad. Un ayuno de vez en cuando limpia los sentidos. Un trozo de carne menos, un bolillo que se quede sin nata untada van bien para el colesterol o los triglicéridos… Pero no somos –ni con mucho—los causantes de este terrorífico ambiente mundial, nacional y local (porque aquí también se desperdicia alimento por toneladas métricas). La mayor parte de las pérdidas está desde la fase de comercialización hacia atrás, hacia la producción.
Es ahí donde se sitúan los bancos de alimentos. No satanizando al productor, al comercializador o al vendedor. Tampoco diciéndole al gobierno “quítate tú para mandar yo”. Nuestra labor va mucho más allá de la protesta, el insulto (que ganas, a veces, no faltan) o la violencia. En una frase: nuestra misión es sembrar la paz con justicia que reclama nuestra sociedad, nuestra historia, nuestra gente. Es decir, los bancos son actores de la lucha contra la subcultura del desperdicio en camino de producir una cultura arraigada del aprovechamiento total de la riqueza alimentaria.
Ya hablé bastante: voy a dejar estas imágenes de lo que son los bancos de alimentos de México:
http://bancosdealimentos.org.mx/
La segunda parte de esta presentación es algo que debe estar –casi físicamente—en cualquier emprendimiento como el que nos une en esta noche. Se trata de la pasión. En este sentido, se trata de la
PASIÓN DE LOS BANCOS DE ALIMENTOS
Créanme que este asunto casi nunca, por no decir nunca, se plantea cuando decidimos llevar a cabo una obra altruista. Nos damos por bien servidos siendo “buenos”. Creemos que nuestra misión termina si nos desmarcamos de la apatía que nos rodea y vamos, una vez al mes, a la junta del consejo directivo o a ver, por ahí, cómo son los pobres, las casas de los pobres, las tortillas duras de la mesa de los pobres…
Si mucho me apuran, el ingrediente principal de un banco de alimentos no es la eficiencia ni la capacidad de movilizar toneladas de verduras: es el amor por el otro. Por ese amor somos capaces de muchas cosas que no haríamos por la paga o por salir en la página de sociales del periódico local. Por ese amor hacemos lo más complicado de nuestra vida adulta: salir de la zona de confort que nos envuelve y muchas ocasiones nos aturde (o hacemos como que nos aturde).
Para participar en un banco de alimentos tenemos que hacer un alto en nuestro camino. Hacernos la pregunta esencial: ¿sirvo yo para esto? La respuesta no es de las que se dan “de bote-pronto”. Debemos buscar silenciosamente –con la discreción del que se interna en el desierto– la verdadera magnitud de nuestro compromiso. Esto es algo muy serio, porque el hambre es una injusticia que clama al cielo. Ni es cuestión religiosa ni política. Es humanidad pura y madura.
Un viejo proverbio de la ciencia griega decía que el sujeto que conoce acaba por parecerse al objeto conocido. ¿Cómo vamos a conocer la necesidad desde el confort y la comodidad de dar lo que nos sobra? ¿Qué semejanza con la herida del hambre en el corazón de una familia pobre podríamos alcanzar atiborrándonos de puras “fiestas de caridad”? Perdonen la franqueza: esto es para quienes quieren dejar a un lado la estrategia calculadora y pretenden meterse en el fango de su propia miseria. “Misericordia”, etimológicamente, quiere decir abrir el corazón del miserable. Pero el miserable no es el pobre: es el que se siente por encima del que sufre. Y lo justifica, jugando a ser “bueno”.
Ahora bien. No esperemos a que lleguen las soluciones del gobierno o de los grandes consorcios comerciales. No me quiero meter en política ni en economía, pero su lógica es otra muy diferente: unos quieren ganar votos; los otros ganar clientes. La idea es que hagamos lo que tenemos que hacer sin esperar la solución desde afuera, desde “arriba”, desde los que “pueden” porque “tienen” mucho… Dicho de otra manera: hagamos comunidad, construyamos el “nosotros”, el “yo-tú” que es el verdadero –y único—sentido de los bancos de alimentos, sin esperar al fin de los tiempos o que –como comentaba mi padre en son de broma— se nos muera el burro justo cuando estaba aprendiendo a trabajar sin comer.
Las donaciones son buenas si llevan impreso el sello de la dignidad humana en sus productos; si van pesadas y tasadas por lo que Emmanuel Levinàs llamaba “el humanismo del otro hombre”, en este caso, del consumidor final de nuestros esfuerzos y de los alimentos que nos llegan a los bancos.
Es relativamente sencillo hablar de humanismo cuando se trata de mí. Es complicadísimo hablar de humanismo cuando se trata del otro. Más aún, del otro en estado de necesidad extrema. A ése hay que echarle de comer. Y que me dé las gracias…
Lamento mucho si herí almitas delicadas. El primer dardo me lo dirijo a mí. Y me digo que no podemos seguir intentando hacer bancos de alimentos si no imitamos la pasión, el ardor y la fe de este hombre y la sencilla plegaria de su familia:
Quizá lo más sensato, después de este ejemplo contundente de lo que es el desperdicio, el hambre y la solidaridad, sería callarme. Pero no me invitaron para eso, sino para hablar con ustedes sobre la dimensión profunda, la seriedad y el compromiso que significa este esfuerzo que ahora inicia en Tepic y en el Estado de Nayarit.
Eso sí, ya hablé demasiado. Termino con una anécdota:
“Un gran rabino a quien preguntaban: ‘Por qué si la cigüeña, en hebreo, fue llamada Hassida (Piadosa) porque amaba a los suyos, está situada, sin embargo, en la categoría de las aves impuras?’ Respondió: ¿Por qué solo dispensa su amor a los suyos.” Si nosotros solamente dispensamos el amor a los nuestros, ¿qué mérito tenemos? No sé si seamos catalogables entre los “impuros” como la cigüeña entre los judíos. Pero sí sé, y se los digo con todo el cariño del mundo, que no servimos para esta empresa maravillosa y libérrima de dar de comer al hambriento.
La conferencia fue dada en el Club Rotario y Banco de Alimentos Paraíso de Tepic (Nayarit) el 5 de febrero de 2016