Las elecciones del pasado domingo nos dejan un mensaje muy claro: el sistema tradicional de partidos políticos súper poderosos está en quiebra. Curiosamente son dos personajes sui generis los que lo pusieron así: “El Bronco” en Nuevo León y el chavo Pedro Kumamoto en el Distrito local número 10 en Zapopan, Jalisco.
El primero fue impulsado por el gran capital de Monterrey y por un periódico muy poderoso en el norte del país. El segundo hizo una campaña excepcional, con nulo presupuesto, sin partido, con jóvenes de Zapopan, redes sociales y un mensaje inobjetable: “Los muros sí caen”. ¿Cuáles muros? Los de la impunidad, los de la “partidocracia”, los del poder sin contexto, ese poder que no da razón, que en lugar de servir al ciudadano se sirve del ciudadano.
Los dos –Jaime Rodríguez (“El Bronco”) y Pedro Kumamoto—dieron un golpe certero al corazón de los partidos convertidos en verdaderas industrias particulares. Mucho más que las corrientes saboteadoras de los comicios; mucho más que los “maestros” que golpearon Oaxaca o que los grupos que incendiaron las urnas en Tlapa.
Pero quiero quedarme con Kumamoto porque demostró que los 18 mil millones de pesos que le costaron estas elecciones intermedias al publico contribuyente; los 40 millones de spots de radio y televisión que se trasmitieron durante las campañas, tienen que ser reducidos, de ser posible a cero.
Por una sencilla razón: con ese dinero, en lugar de engordar a los gordos podría alimentarse –en cuerpo y alma—a los enflaquecidos, famélicos mexicanos que en su mayoría (seis de cada diez viven en la pobreza) claman por dignidad.
Un sistema de poder entra en agonía y una aurora se dibuja en el horizonte. La aurora que anuncia personas dándole la mano a personas.
Publicado en El Observador de la Actualidad