¿Cuánta corrupción podemos soportar?

corrupcion“Me imagino que venimos de algún sitio y nos dirigimos a otro lugar; pero no puede ocultársenos que nos resulta imposible adquirir una visión de conjunto de la situación en que nos encontramos: estamos como en un bosque. Nos hemos perdido, y ese sentimiento es hoy el estado normal. Empezamos a buscar un claro”.

Estas palabras conclusivas de Rüdiger Safranski en su libro ¿Cuánta globalización podemos soportar? (Tusquets, 2004), se aplican, perfectamente, al panorama postelectoral de México; pero, sobre todo, al sombrío panorama —boscoso donde los haya— en el que nos hemos metido por vía de la corrupción, mal que todo lo alcanza en la vida pública de nuestro país.

Vemos, sí, una nación despedazada; una ciudadanía completamente desorientada; una democracia que no se ajusta siquiera a las reglas mínimas de la ética. Además, una democracia carísima, por culpa de las mañas de los partidos políticos (que obligan al financiamiento público desmesurado y a la proliferación de candados por aquello de la compra, la coacción, la imposición del voto).

Si tenemos que comenzar “a buscar un claro”, ése tiene un nombre: decencia. No es que todos nos tengamos que poner a leer “el Carreño”. Me refiero al término decencia acuñado por el filósofo judío Avishai Margalit: una sociedad decente es aquella en la que las instituciones no humillan a los ciudadanos; es decir, donde el gobierno cumple con lo que le mandata la ley y la persona respeta la ley por reconocimiento del otro (lo cual produce una sociedad civilizada, en la que los ciudadanos no se humillan entre sí).

Acabamos de pasar el trance de las elecciones más complicadas de la historia moderna, según el INE. Todavía la neblina cubre nuestra vista. No se trata de partidos o de triunfadores-perdedores. Se trata, ahora sí y ya de una vez por todas, de nosotros mismos. De los que ya no soportamos la corrupción. Pero, como apunta el refrán chino: cuando te entren ganas de cambiar al mundo da, primero, tres vueltas alrededor de tu casa.

Quiero decir que el primer deseo de cambiar a México, de llevarlo a la decencia y a la civilidad, es tarea urgente y propia de cada uno de los mexicanos que el domingo pasado fuimos a votar tapándonos las narices de asco por lo que íbamos a elegir. Recuerdo al distraído lector que 2 de cada 3 actos de corrupción que se generan en México son por iniciativa del ciudadano, no de la autoridad. Y que si las instituciones y las autoridades nos humillan tiene que ver —y mucho— porque nosotros nos humillamos mutuamente con “mexicana alegría”.

Publicado en Revista Siempre!