Lo que ha encantado del Papa Francisco es su claridad. Hace poco dijo que los tres peligros del cristiano son el gnosticismo, el pelagianismo y la rigidez. Los dos primero exigen explicación.
- El gnosticismo es ver a Dios en todos lados, por lo tanto, Dios es cualquier cosa (el universo, según los gnósticos, es una especie de círculo sin centro, por lo tanto, la religión es un todo sin Dios o un dios sin todo).
- El pelagianismo (de Pelagio, por los tiempos de San Agustín) es el que dice que basta ser “bueno” y activo para ganar la salvación.
La rigidez es la más grave de las tentaciones: convertirnos en palos secos, envarados señoritingos (señoritingas) incapaces de ensuciarnos las manos, incapaces de “oler a oveja”, de salir a las “periferias existenciales” para encontrarnos con el otro, el otro que nos da plena existencia (según el famoso poema de Octavio Paz).
Las ramas cargadas de frutos en un árbol, se inclinan hasta casi tocar el suelo. El peso de lo que tienen que ofrecerle al hombre las hace bajarse a la tierra. En cambio, cuando el árbol no tiene frutos que dar, permanece rígido, sus ramas se elevan tiesas hacia arriba, nos miran con altivez.
Esta vieja historia del Oriente es perfecta para quienes tenemos tendencia a ser “cristianos de salón” que dice el Papa Francisco, tan inútiles como los que arreglan el mundo en la mesa de un café. La fe sin obras es una fe muerta, pero las obras sin fe, son un activismo ciego. Tasar con equilibrio lo que debemos preservar y lo que debemos dar es el don del Espíritu Santo que llamamos sabiduría. Eso que el Papa prodiga cada mañana en sus homilías.