La televisión en México, salvo el 10 de mayo, sigue siendo “la reina del hogar”. Así lo demuestra la Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales (Conaculta, 2010): el 95 de cada cien hogares mexicanos (de los cuales el 60 por ciento sobrevive bajo niveles de pobreza) cuenta con una pantalla: desde la de plasma a la de antenas de conejo.
Informarse y entretenerse, más lo segundo que lo primero, es el “uso social” declarado del televisor. En el primer rubro va ganando la batalla Internet, pero todavía le falta tiempo: 21 de cada cien hogares mexicanos tienen conexión a la red digital mundial. La televisión tiene poco más de medio siglo de ventaja sobre Internet. Goza de un prestigio que, al menos, dos generaciones le han dado: las generaciones de Zabludovsky y de López-Dóriga, por simplificar las cosas.
Mucho se ha especulado sobre la anomia social que padecemos los mexicanos; la flojera de actuar a favor de los otros, la casi incapacidad de pertenecer a asociaciones civiles, a grupos altruistas, a sociedades de beneficencia. Se le ha atribuido el asunto a los partidos políticos y a su torpeza para gestionar una política social medianamente transformadora. En parte es cierto, en parte no. El otro lado de la moneda está en que nueve de cada diez mexicanos gastan al menos treinta minutos diarios frente a la pequeña pantalla; cuatro de cada diez gastan dos horas o más al día. Y que quince de cada cien mexicanos le dan más importancia a la tele que a convivir con la familia o con las amistades.
El promedio por hogar mexicano de horas frente a la pantalla rebasa las nueve horas diarias. Obviamente, por la facilidad de la imagen y por la ausencia de participación del espectador en la construcción o reconstrucción de los contenidos, los periódicos se han vuelto el gran ausente del hogar mexicano. Es el país de América Latina que menos lee periódicos e iguala con otros como Perú en la preferencia de informarse por medio de lo que le dicen los lectores de noticias y los conductores de noticiarios.
Sin embargo, a los noticiarios mexicanos por TV se los “comen” los programas y los conductores de la farándula, el chismorreo y la mentira institucionalizada. Los más conocidos son Galilea Montijo, Andrea Legarreta, Adal Ramones, Patricia Chapoy y “Brozo” con un nivel de conocimiento que oscila entre el 76 y 86 por ciento (mucho más que cualquier funcionario público o héroe de la Patria).
Los televidentes sintonizan novelas, programas de los llamados “de revista” y películas; espectáculos y futbol. México tiene todavía una larga vida de primacía de la pequeña pantalla —de la televisión abierta— sobre los demás medios de comunicación, a juzgar por los hábitos descritos en la encuesta citada arriba. Y con esto, todavía cabe esperar muchos años de sobresaltos, ausencia de identidad e incapacidad solidaria de la gente que celebra más un chisme de faldas que las condiciones de hambre de 21 millones de compatriotas.
Publicado en Revista Siempre!