Tras la matanza de doce personas y las heridas a otras treinta y ocho, en Aurora, cerca de Denver, James Holmes ha pasado a formar parte de la tristemente célebre fila de asesinos seriales de Estados Unidos. Locos con armas que eligen matar de acuerdo a los dictados de su cerebro estropeado por el sistema de comunicación de masas.
Poco se sabe —hasta el momento— del tal Holmes. Un sujeto reservado, que no dejó ninguna huella de su paso por Internet. No tiene blog, ni perfil en redes sociales, ni nada. Era un completo desconocido para sus vecinos de edificio. Según decía, estudiaba la maestría —o algo similar— de neurociencias en la Universidad de Colorado. Pero ya la había abandonado. No saludaba ni en el pasillo del bloque de departamentos en Aurora. Su única mancha en el récord policiaco, era una multa en 2011… por exceso de velocidad.
¿Se volvió imbécil de pronto? La leyenda del hombre-murciélago vengador de los malos, ¿trastornó a Holmes de tal forma que fue al cine, al estreno de la nueva película de la saga, armado hasta los dientes y se despachó a doce cristianos? Sus padres, en California, típicamente no tienen idea de por qué actuó así. Pálidamente se acuerdan de su hijo. Se largó pronto. Se encerraba en su habitación, oía música repetitiva. Ahora piden a la prensa privacidad. Dicen “estar procesando la información”. Como si se tratara de un bajón en la Bolsa, o un tema de la burbuja inmobiliaria, que afectara sus hipotecas.
Además del armamento que cargó para disparar a mansalva sobre los disfrazados espectadores del estreno de la película “The Dark Knight Rises” (¿puede haber algo más triste que un pequeño vestido del “guasón” con una bala de escopeta en el estómago?), Holmes dejó un coctel explosivo en su departamento, dispuesto para volar el edificio con todo y sus especialistas en la neurología (pues ahí viven doctores y estudiantes adelantados del tema). Un entramado de cables y morteros que haría exclamar a Robin, “el joven maravilla”, algo así como “¡santos explosivos de muerte, Batman!”. La cosa se pone “color de hormiga”. Murciélagos vivientes por todos lados. Hijos de las sombras…
Este culto a lo oscuro, con el respaldo de cómics góticos, acceso irrestricto a las armas, deformación del cerebro por la constancia de crímenes televisados, filmados, descritos al pormenor en la web, trabajó el despoblado interior de Holmes para convertirlo en “estrella por un día”. Le hizo saber que el héroe con alas de vampiro es una expresión de los tiempos. Que su matanza gratuita iba a darle a la película una sombra de vampirismo mayor. Que lo iban a conocer en todos lados. Y a odiarlo de manera directa, no abstracta, como lo odiaban, hasta hace unos días, sus vecinos de edificio, sus ex compañeros de la prepa, de la carrera…, su familia.
En casi setecientas páginas, Manuel Castels (Comunicación y Poder. Siglo XXI, 2012), intenta mostrar cómo las relaciones de poder se construyen en la mente a través de los procesos de comunicación, y cómo esto genera un código oculto que “bien pudiera ser el código fuente de la condición humana”. A James Holmes le bastó una noche para demostrar la hipótesis de Castels en su cruda realidad.
Publicado en Revista Siempre!