Este verano ha sido un verano de copas. Pero de copas de futbol. La Copa de Oro, el Mundial Sub-17, la Copa América, la Sub-22… El “mundo futbolístico” no reconoce descanso. Como no hay Mundial, ni Olimpiadas, ni la Copa de Europa ni nada que se le parezca, la fifa y los países de América, le entran con singular alegría al jolgorio del balompié, llenando estadios y, de paso, las arcas de las asociaciones y de las televisoras.
Para no desfallecer en la busca del máximo de mercado con el mínimo de calidad, las televisoras comerciales se han asociado con un agresivo programa de futbol-todo-el-año, con la intención de ofrecer “paquetes” de comercialización a los patrocinadores. Si compran la Copa América, va incluida la copa de menores, la de niños, la de jardín de infancia… Hay que ver los malabares que hacen los comentaristas. Transforman un México-Guatemala en una batalla épica; un El Salvador-Honduras en una revancha de guerra, en fin, un México-Estados Unidos en la recuperación del orgullo pisoteado por los yanquis.
No debe ser fácil la labor de estos comentaristas. Lo que uno ve y lo que uno oye no tiene nada de congruente. Más bien, es totalmente incongruente. Hay, sí, chispazos del “Chicharito”, pero hasta ahí. Y no se puede uno pasar cuarenta minutos recordando la jugada del muchacho que ahora se ha convertido —en su paso por la Liga Premier de Inglaterra— en la máxima figura europea del futbol mexicano. No se puede y no se debe. Por el bien de él, primordialmente, pero —también— por el bien del público. Mañana le va a exigir tres goles por partido internacional; jugar lesionado; no desfallecer nunca ante la meta contraria.
El caso sonado de Ronaldo, el jugador brasileño que fue incluido en su oncena que jugo la final contra Francia en el Mundial de 1998, no obstante estaba enfermo, desmejorado, roto por la tensión, es sintomático de lo que este artificio comercial y de interés ajeno al deporte puede causar en un atleta. No se diga sobre las “hazañas” obtenidas por competidores de élite en las Olimpiadas, completamente dopados. Hay, en estos ejemplos, una utilización bárbara de la dignidad de la persona del deportista y del espectador como participante y cómplice de tamañas salvajadas. Todo por vender frituras, cervezas, condones, autos, productos mágicos y uno que otro candidato político.
¿Y los gobiernos? Encantados con el circo mediático, con la promoción del futbol como “pasión que nos une”. Más futbol y menos realidad es para ellos una válvula de escape. Y para la fifa, las federaciones locales, las televisoras, un auténtico agosto, una lluvia de billetes en verano reseco y pesado.
Publicado en Revista Siempre!