La cruz y el éxito

Terminé de leer Jesús de Nazaret (Desde la entrada a Jerusalén hasta la Resurrección) de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, justamente el Domingo de Resurrección pasado. Es un libro maravilloso. Denso. Lleno de sabiduría teológica. Y de sencillez explicativa. El Papa nos conduce por sendas intrincadas hasta el borde mismo de la luz.

Me resultaría imposible resumir o clasificar los pasajes del libro en orden de importancia. Pero hay uno que me iluminó particularmente. Al concluir la Última Cena y de rezar los salmos, Jesús y sus discípulos salen a Getsemaní. De camino, según el evangelista San Marcos, Jesús hace una triple profecía: a) de que el cordero será herido, sus ovejas se dispersarán pero él las reunirá de nuevo; b) que tras su resurrección iría delante de sus discípulos a Galilea y, c) que Pedro lo habría de negar tres veces antes de que el gallo cantara esa misma noche.

Pedro se había envalentonado y había asegurado que él iría a la cárcel y a la misma muerte por Jesús. No escuchó, dice el Papa, la profecía de la resurrección «y quisiera –como ya en Cesarea de Felipe—el éxito sin la cruz». Pedro confiaba en sus propias fuerzas para salvar a Cristo, para evitar su suplicio, su muerte salvadora. Para quitarle el sufrimiento de encima. «¿Quién puede negar que su actitud refleja la tentación constante de los cristianos, e incluso también de la Iglesia, de llegar al éxito sin la cruz?», pregunta Benedicto XVI. En verdad: ¿quién puede negar que es víctima de ese creer que se puede llegar solos a la salvación; que no se necesita más que de la propia voluntad para triunfar, para llegar, para armarla en grande? Como explica el Papa citando la Carta a los Romanos: «Todos han pecado, todos necesitan la misericordia del Señor, el amor del Crucificado» (página 180).

Jesucristo le hace ver a Pedro su debilidad, la triple negación que, horas más tarde, haría de Él mientras se calentaba las manos en una fogata en el patio de la casa del Consejo de los Ancianos. También a nosotros nos lo hace ver. Queremos el triunfo sin Jesús. Es imposible. En cualquier ámbito es imposible. Solos no llegamos a nada. O más bien, llegamos a la nada.

Notabilísimo y útil comentario del Papa. Hoy estamos invadidos de semidioses que nos indican, desde la publicidad, que el éxito –cualquier éxito— es posible si lo queremos con vehemencia. Si confiamos solamente en nosotros. Si compramos tal coche, nos perfumamos con tal fragancia, invertimos en tal banco… Nada más anticristiano que ese discurso ramplón del «mímate a ti mismo» y del «compra tu paraíso». El discurso de la publicidad, del éxito sin la cruz.