Se ha creado un nuevo término en el lenguaje cibernético: “la nube” (“the cloud”, en inglés). Se trata de la concentración de aplicaciones on-line, gratuitas la abrumadora mayoría, en la cual el internauta almacena —en su disco duro— muchos de los productos que antes almacenaba en casa: videos, películas, fotos personales, libros, música, ensayos, juegos, series de televisión…
“La nube” es el territorio virtual que acompaña al usuario, donde quiera que se encuentre, siempre y cuando esté frente a la pantalla de su computadora (estacionada o portátil, lo mismo da). Es una suerte de conglomerado gaseoso —como las nubes de verdad— en el que el internauta va dejando sus señas de identidad y, al mismo tiempo, modificando, de forma vertiginosa, sus hábitos de consumo cultural.
En lugar de ir a la librería y comprar el libro de moda, lo lee en línea. En lugar de ir al cine y ver una película, la extrae de los numerosos sitios de renta de películas que existen en la Internet. En lugar de comprar o rentar una serie de TV en el videocentro, la mira en su computadora sin pagar un centavo. Lo mismo sucede con las fotos (las empresas de revelado languidecen), los videos familiares, la música o las aplicaciones para hacer un currículum, un plan financiero, un balance general, una presentación de negocios, una carta, un fichero bibliográfico, organizar un viaje, tomar clases de doctorado y un larguísimo etcétera.
Mientras más se ensancha la banda, mayor es el número de aplicaciones que migran a Internet. En otras palabras, mientras más fácilmente se puede conectar el usuario a la red (el “wifi” cada día más famoso), más actividades cotidianas de las personas se pueden realizar en pantalla, sin necesidad de transladarse físicamente a ningún lado. El software on-line está a la disposición de todos. El único problema es que al utilizarlo —almacenando información— los datos de quien tuvo acceso a esa aplicación de “la nube” quedan perfectamente visibles. ¿Para qué puderan servir? No lo sé, pero, seguramente, habrá un vivales que ya esté buscando el territorio de “la nube” para extraer líneas perversas de acción.
En el futuro, nuestras pertenencias culturales —libros, videos, música, fotos, películas, es decir, lo que almacenamos, actualmente, con orgullo en la casa, como parte de nuestra identidad— estarán en “la nube”. Las bibliotecas, las audiotecas, las hemerotecas personales serán antiguedades de la prehistoria. El consumo cultural se limitará al espacio pulido de la pantalla. Y como las cosas no andan muy bien que digamos en las calles del mundo, la auto reclusión, el aislamiento, la ausencia de relaciones sociales, formarán un caldo de cultivo de quién sabe qué cosa, alguna dictadura tipo Gran Hermano, quizá.
Publicado en Revista Siempre! No.2930