Leer en la frontera

¿Alguna vez ha tenido que cruzar la frontera de México con Estados Unidos por vía terrestre en temporada alta? Si lo ha hecho, estará de acuerdo conmigo que es lo más parecido a sentirse en la antesala del infierno. Con temperaturas de cuarenta grados en verano o de cero grados en invierno, uno se ve obligado —así vaya al otro lado por dos días— a hacer colas de hasta cuatro horas. Para que le reciban la visa electrónica dos empleados de mal humor, que lo último que les interesa es si nos apellidamos López, Pérez o Bin Laden.

André Maurois en su libro El arte de vivir hablaba de tres formas de lectura. La lectura-vicio; la lectura-placer y la lectura-trabajo. Nunca imaginó la lectura-como arma contra la burocracia y el recelo. La lectura para entretenerse mientras uno espera, bajo la sonriente fotografía del presidente y el vicepresidente de Estados Unidos, poder entrar a la “tierra de la gran promesa”.

Decenas de personas que el pasado Sábado de Gloria decidieron ir de Tijuana a Estados Unidos caminando y en automóvil por la Garita de San Ysidro se encontraron con la sorpresa de que estaba una bicicleta del programa “Lectura en espera, lectura en la línea”, donde podían pedir libros de manera gratuita “para disfrutar” durante la espera. Una ocurrencia simpática que se le debe a Socorro Venegas, directora general adjunta de Fomento a la Lectura y el Libro de CONACULTA.

La funcionaria explicó la semana pasada a quienes le preguntaron sobre el asunto, que el programa —en el que participan también el Instituto de Cultura de Baja California, el CECUTy la UABC— tiene dos destinatarios igualmente amenazados por el tedio de la espera en la Garita de San Ysidro: unos son para lectura en la línea (conductores) y otros para lecturas de cruce (peatones). Al llegar a la cola, el “bicilibro” (algo parecido al “libroburro” maravilloso que recorre las selvas y rancherías de Colombia) les presenta la oferta de libros por leer. Se toman de acuerdo a las inclinaciones del conductor o del peatón, se leen y cuando se está a punto de terminar la fila, se regresan. El asunto es gratuito. Todo por “el galano arte de leer”.

“Lo que hacemos es prestarles libros a la gente que está esperando cruzar la línea, a veces el tiempo de espera es de dos hasta cuatro horas o más, y lo que queremos es que ese tiempo de espera se trasforme en un tiempo vital, en un tiempo para la imaginación, y para compartir con la familia y con los amigos, los libros”, explicó Socorro Venegas, quien espera que esta práctica se extienda en otras fronteras “calientes” entre México y Estados Unidos. A lo mejor con el fomento a la lectura se contribuye a la pacificación de la zona. No lo creo, pero hay que intentarlo. Y copiarlo en otros lugares. Podría prestarse libros en las Torres de Satélite y recogerlos en Paseo de la Reforma, por ejemplo o en las filas para pagar el agua, la luz, en los bancos a los que se les cae el sistema cada media hora; en el IMSS, en la Reforma Agraria…. Con tantas horas posibles de lectura, México, el país de las colas interminables, se convertiría en el país número uno en lectores del planeta.

Publicado en revista Siempre!